Crítica de la razón abstracta

Chema Cobo somete la Revolución Francesa a un riguroso proceso analítico no exento de ironía

Pintura. Chema Cobo.

Museo Municipal. Málaga. Paseo de Reding, 1. Hasta el 5 de diciembre de 1999.

En esta intensa, lúcida, amarga e irónica serie de cuadros que lleva por título La estación de las estrellas fugaces, iniciada en 1993, el pintor Chema Cobo (Tarifa, 1952) somete a riguroso examen ese turbulento, vertiginoso y apasionante acontecimiento histórico, fundacional de la contemporaneidad, que es la Revolución Francesa de 1789, y lo hace, creo importante subrayarlo, desde unos presupuestos esencialmente artísticos, lo cual significa desplegar sobre la superficie del papel o del lienzo su propia comprensión intuitiva del mundo y su personal imaginación creadora, pero también desde un exhaustivo y preciso conocimiento de los hechos. Chema Cobo, que es un pintor analítico y de ideas, esto es, que a pesar de que pueda creerse lo contrario en una estimación apresurada, es un artista antiliterario y conceptual, sabe perfectamente que en pintura los hechos deben ser reconstruidos desde la propia subjetividad para transmitir emoción estética. Ahora bien, tanto o más que el estilo y el método empleado, lo que hace de él un pintor contemporáneo es su actitud ética, su propia conciencia moral ante la realidad. Cobo, del mismo modo que el pintor neoclásico, no sólo busca dramáticamente una relación entre el individuo y la colectividad que no diluya la individualidad en la multiplicidad sin fin de la colectividad, sino que está comprometido a fondo con los problemas de su época. Hasta aquí su único paralelismo con el compromiso ético de la más elevada pintura neoclásica, pues Chema Cobo, que vive en un tiempo muy posterior al nacimiento de la razón moderna y del Estado burgués, también sabe de la congénita injusticia de éste y de los innumerables crímenes que se han cometido en nombre de aquélla.

Son las terribles consecuencias del proyecto utópico de una razón abstracta y el proceso revolucionario que, amparándose en ella, desemboca en la gélida superestructura del Estado liberal burgués, cuya bien engrasada maquinaria burocrática y omnímodo poder político-económico se halla desprovisto de sentimientos y de cualquier interés por las cuestiones personales que atañen a los individuos, los contenidos que Chema Cobo somete a proceso, pero valiéndose de un discurso ácido y mordaz que destila una amarga ironía. Más que con el Camus de El hombre rebelde, con quien sin embargo tiene notable afinidad espiritual, Cobo parece identificarse con algunos ejemplos críticos del arte de Goya, el primer artista moderno que cartografía magistralmente la irracionalidad que emana del frío altar de la Razón. Ese mismo Goya, traído a colación por Cobo, que con infinita sutileza nos muestra en un célebre grabado la ambivalencia de la razón, pues tanto si la razón se duerme pueden surgir los monstruos de la sinrazón, como también su propio sueño, su desvarío de absoluto, puede generar la irracionalidad más nihilista. Y si todavía hay quien se niega a aceptar la evidencia de los hechos, que contemple el espeluznante abismo sin fondo del terrorismo de Estado nacionalsocialista y del «reino de los fines» del Estado soviético, frente a los que Robespierre y Saint-Just resultan hoy casi unos inocentes aprendices.

©Enrique Castaños Alés

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 27 de noviembre de 1999