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Diálogos interculturales Pintura. Colectiva (Ximo Amigó - M. Omar Khalil; José Duarte - Mustafa Boujemaoui; José Freixanes - Hicham Benohoud; Diego Moya - Abderrahim Yamou; Teresa Muñiz - Nadjia Mehadji; Ricardo Sánchez - Ali Chraïbi; Fernando Verdugo - Farid Belkahia) Sala Alameda. Málaga. C/ Alameda Principal, 19. Hasta el 30 de enero de 2005. Una de las principales constataciones de esta interesante exposición colectiva comisariada por el pintor Diego Moya es la poderosa influencia ejercida en todos los países del Magreb, pero muy especialmente en Marruecos, por los conceptos estéticos, hallazgos plásticos e innovaciones lingüísticas introducidas en el campo de las artes visuales por la vanguardia y la neovanguardia europea y norteamericana, lo que, dicho de otro modo, supone reconocer y admitir el extraordinario influjo de la tradición artística occidental en buena parte de la cultura artística del mundo. Por supuesto que las influencias mutuas entre las distintas culturas es un hecho desde la Antigüedad, por no hablar, en una fecha mucho más reciente, de la proyección de la pintura japonesa entre algunos postimpresionistas, o del papel de la escultura negra africana en la gestación del cubismo, o de la ascendencia de las estéticas del Extremo Oriente en algunos expresionistas abstractos. Desde Delacroix, Ingres y Fortuny, el orientalismo y el exotismo del norte de África, desde Egipto a Marruecos, ha cautivado la sensibilidad occidental, del mismo modo que el viaje a esa región por algunos de los más destacados representantes de la vanguardia histórica como Matisse y Paul Klee, supuso un punto de inflexión en su evolución creadora. Entre nosotros, el ejemplo reciente más arquetípico quizá sea el de Manuel Barbadillo, cuya estancia en Marruecos fue decisiva en la aparición de su abstracción matérica. Pero debe insistirse en esa permanente carga de experimentación, de innovación lingüística y de rupturas en cuanto a la concepción de la forma que, frente a otras tradiciones artísticas, ha distinguido siempre al Occidente desde el inicio de los tiempos modernos. Si uno se fija atentamente en los siete pares de artistas que aquí se proponen, observará que, salvo muy contadas excepciones en que se trata de hacer una obra enraizada en la tradición autóctona marroquí, como es el caso de Farid Belkahia, los restantes autores muestran una notable influencia de los códigos visuales occidentales contemporáneos, cosa por lo demás bastante lógica si se piensa en la profunda labor de penetración cultural llevada a cabo por Francia y, en menor medida, por España en Marruecos. Más que de afinidades, que, en todo caso, pueden ser casuales, habría que plantear la necesidad de un auténtico diálogo intercultural, un diálogo que debería partir del respeto hacia las otras tradiciones artísticas y culturales, las cuales pueden y deben contaminarse pero sin ritmos forzados, de modo natural y sincero. En realidad, eso es lo que ha estado ocurriendo desde hace mucho tiempo entre numerosos artistas, que viajan a países lejanos y conocen culturas muy diferentes de la suya, decepcionándolas y reelaborándolas en su espíritu, lo cual se traduce en nuevas formas de creación artística. Entre los pares de artistas propuestos, también hay descompensaciones en cuanto a la calidad y al resultado plástico del trabajo realizado. Entre las obras más notables habría que mencionar las de Mohammed Omar Khalil, con una clara influencia de Rauschenberg pero con un sólido sentido compositivo y un exquisito empleo de las armonías cromáticas, orientadas hacia una cosmovisión abstracto-expresionista, aunque sin descartar influencias del pop; Abderrahim Yamou, en cambio, presenta unos delicadísimos óleos cuya poética está relacionada con la pintura china, esto es, una poética en la que una naturaleza delicuescente, frágil y hermosa domina unas composiciones llenas de sutileza, manchas de color semitransparentes y elementos naturalistas representados con una desconocida ternura; Belkahia, por su parte, homenajea a creadores europeos como Gaudí, pero no por ello pierde contacto con su entorno cultural, con las formas de la arquitectura popular, con el tono terroso del desierto, aunque sabe hacer inteligentes guiños a Miró, Kandinsky y otros artistas de la vanguardia; por lo que respecta a Hicham Benohoud, es un pintor cuya figuración recuerda mucho la soledad angustiada de los rostros del jiennense Juan Martínez. En cuanto a los españoles, resultan interesantes los objetos ampliados y descontextualizados de José Duarte, una vez abandonadas sus experiencias constructivistas y normativas; o las elaboradas texturas de los cuadros de Fernando Verdugo, un pintor que sí se ha tomado en serio el conocimiento de la cultura andalusí, pero sin renunciar a unos códigos provenientes del informalismo; o, en fin, el propio Diego Moya, quien ofrece en su pintura una suerte de síntesis entre cierta concepción romántico-cósmico-naturalista y las bellas imágenes de las neuronas que aparecen dibujadas en algunos libros sobre el funcionamiento del cerebro. © Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 14 de enero de 2005
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