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Sobre la relación entre naturaleza y representación Dibujo. Rafael Agredano. Las palemras salvajes II. Galería Alfredo Viñas. Málaga. C/ José Denis Belgrano, 19. Hasta el 13 de abril de 2009.
Tomando como pretexto el título irónicamente alterado de una novela de William Faulkner, lleva a cabo Rafael Agredano (Córdoba, 1955) una de las cosas que más le agradan como artista: mostrar su versatilidad y su nada solemne eclecticismo, que le permite rendir simultáneos homenajes a creadores y corrientes que han ido configurando su lenguaje. La novela del gran escritor estadounidense, Las palmeras salvajes, no tiene nada que ver con el contenido de la muestra de Agredano, pues en ella Faulkner se introduce como siempre en el abismo de los sentimientos humanos y de las relaciones interpersonales, ofreciéndonos una historia de amor desgraciado, mientras que al pintor cordobés lo que le interesa es jugar con el término «palmeras», del que afirma que, en una ocasión, encontró una reseña sobre la novela Las palemras salvajes, llamándole poderosamente la atención por la presencia del adjetivo «salvajes», aunque no pudo encontrar en ningún sitio el significado de «palemras», y sigue sin hallarlo en la actualidad. A partir de ahí, así como del Prólogo que en agosto de 1970 escribiera Juan Benet a la mencionada narración de Faulkner, en el que advertía sobre la diacronía entre la naturaleza y los modos de representación, en este caso de la escritura, Rafael Agredano realiza una exquisita obra sobre papel, a base de tinta china, de gouache y de témpera, en la que se advierten múltiples ecos de lenguajes artísticos pretéritos, desde el subjetivismo neorromántico del Expresionismo Abstracto hasta referencias a la exuberancia floral de una naturaleza caprichosa. Arabescos y flores se entrelazan y se superponen a una trama coloreada que hace de fondo y acentúa el carácter decorativo de estas composiciones, un guiño inteligente a esa clase de pintura en la que la forma es el contenido y viceversa. Se trata casi de un ejercicio caligráfico, donde junto a signos que semejan ser ojos encontramos también alusiones muy veladas a Miró, a Klee o a Kandinsky. A veces, los trazos más gestuales y expresivos coexisten sin dificultad con las formas más definidas, como ocurre en la composición con banderitas. El mundo de la noche, los vitrales coloreados, incluso la espiritual expresividad de un Georges Rouault están diseminados aquí, semiocultos, para ser desvelados por el espectador como si se tratase simplemente de un juego intrascendente.
© Enrique Castaños Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 10 de abril de 2009
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