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Entre el hedonismo y el deseo Pintura. Fernando Álamo. Sala Italcable. C/ Calvo, s/n. Málaga. Hasta el 30 de junio de 2006 La obra de Fernando Álamo (Santa Cruz de Tenerife, 1952) fue experimental y ecléctica durante los setenta, hasta que hacia el final de ese decenio se sumergió en el pasado de la historia del arte y profundizó aún más en el collage. A partir de principios de los ochenta, su pintura figurativa introduce inequívocas referencias al mundo del deseo, haciéndose también festiva, irónica, atravesada de difusas referencias surreales. Los cuadros de gran formato realizados en los dos últimos años que trae ahora a Málaga están dedicados exclusivamente al tema de la flor. Ello por sí solo constituye ya una muestra de su hedonismo, de su canto a la naturaleza y las bellezas naturales. Pero también hay en estos cuadros un depósito cultural de lo que ha significado simbólicamente la flor. Por lo menos dos referencias en este sentido no pueden ser eludidas. Una es la de San Juan de la Cruz, quien ve en la flor la imagen de las virtudes del alma, y en el ramillete que las une la perfección espiritual. Otra es la del escritor romántico alemán Novalis, quien en su novela «Heinrich von Ofterdingen» considera la flor como símbolo del amor y de la armonía que caracterizan a la naturaleza primordial; se identifica con el simbolismo de la infancia y en cierto modo con el del estado edénico. El simbolismo coexiste, pues, con la epifanía de la belleza, con la voluptuosidad y la exuberancia, con la pasión y la sexualidad, y todo ello expresado de una manera muy pictórica, una manera en la que se percibe la absorción de los planteamientos de la gran pintura norteamericana del expresionismo abstracto. Esa herencia es ante todo visible en la organización del espacio, dejando amplias zonas de lienzo vacías, como un remanso de silencio y de paz, una llamada a la meditación, porque también hay ecos en estas obras de la pintura oriental. La mancha y el trazo gestual, junto con el chorreado, conviven con las formas definidas y elaboradas, en las que los pétalos y los tallos son perfectamente reconocibles. El color predilecto de Fernando Álamo es el negro, usado aquí a veces a modo de estampaciones, a modo de huellas o siluetas sobre el lienzo. Ese color ocupa por entero sus papeles, que tienen un efecto como de caligrafía china. En los cuadros, matizados de verdes, ocres, rosas, amarillos y celestes, se homenajea a Manet y a Matisse, articulando auténticas formas del deseo henchidas de vida.
© Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 23 de junio de 2006
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