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Poesía en tonos grises Ciento cincuenta fotografías de Alberto García-Alix realizadas entre 1977 y 1988 Fotografía. Alberto García-Alix. Centro Cultural Provincial. Málaga. C/ Ollerías, s/n. Hasta el 22 de diciembre de 2000. La primera de las enseñanzas que cupo deducir en su momento de esta exhaustiva retrospectiva de la producción de más de veinte años de trabajo de Alberto García-Alix (León, 1956), organizada en junio de 1998 por el Círculo de Bellas Artes de Madrid bajo el experto comisariado de Mireia Sentís y José Luis Gallero, y que ahora recala en Málaga gracias al interés que el Área de Cultura de la Diputación Provincial viene mostrando por la fotografía contemporánea, fue que ni la obra del controvertido fotógrafo leonés puede ser encerrada en los estrechos límites de lo que se ha dado en llamar la «movida madrileña», ni tampoco considerarlo como el exponente representativo de una generación, entre otras razones, como él mismo ha repetido una y otra vez en cuantas entrevistas ha concedido, porque ni sus fotografías más directamente relacionadas con la movida, las de finales de los setenta y principios de los ochenta, se interesan o tratan de registrar todo su variado espectro, sino principalmente unos determinados tipos marginales de aquélla, un submundo cultural integrado en muchas ocasiones por seres anónimos que difícilmente incluso encajarían en el rutilante espectáculo de la movida, y porque ni a su generación cabe identificarla exclusivamente con la movida ni tampoco él mismo, sobre todo a partir de finales de los ochenta y principios de los noventa, se circunscribe a un único arco generacional, sino que se abre a múltiples manifestaciones de la vida individual en el ámbito de la gran ciudad. Si hay un rasgo distintivo en la entera producción de García-Alix, es su personalísimo interés por el ser humano físico y real, que se concreta en la atención concedida hasta ahora al retrato, pero no un retrato de conveniencia, una imagen fruto de una pose artificial y forzada donde se silencia la intimidad y el carácter del sujeto fotografiado, sino un retrato que por encima de cualquier otra consideración se interesa por la verdad, sea ésta del signo o de la naturaleza que sea, tratando de reflejar del modo más exacto y minucioso posible (y esto es así precisamente porque hay un conocimiento humano previo del modelo, una relación cálida y un diálogo con él que es condición indispensable del trabajo fotográfico posterior, no siempre pertinente, sino también a veces prescindible) la huella de la vida, las marcas que la propia biografía y el decurso espiritual del individuo van dejando indeleblemente, incluso a pesar suyo, en su rostro, en su cuerpo, en los objetos cotidianos que le han acompañado en esa misteriosa singladura hecha a un tiempo de alegrías y tristezas, de comunicación con el entorno y de soledad profunda. Hay veces, sin embargo, en que el retrato alcanza en García-Alix cotas tan altas de poesía, esa poesía de los grises a que él se ha referido, que, aun cuando no sea su propósito inmediato, trasciende al personaje captado por la cámara y lo convierte en arquetipo de un sueño adolescente, como esa Elena Mar odalisca (1987), una obra maestra de encuadre, composición y tratamiento de la luz, pero sobre todo un cuerpo turbador de una inconmensurable y extraña belleza. Siempre la presencia humana, aunque sea por vía indirecta, como en Nuestra habitación en Tánger. El comienzo (1990), un retrato fidedigno del viajero situado fuera de campo. ©Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 16 de diciembre de 2000
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