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Hierofanías del destino Pintura y dibujo. Pablo Alonso Herraiz. Galería Javier Marín. Málaga. C/ Duquesa de Parcent, 12. Hasta el 28 de mayo de 2005. Pablo Alonso Herraiz (Sevilla, 1965) continúa en esta nueva exposición individual su análisis e indagación acerca de la condición humana, una investigación que cada vez lo acerca más a territorios próximos a la filosofía y, al decir de Dilthey, a las ciencias del espíritu. Haciendo uso de la consabida frase, «Monto un circo y me crecen los enanos», que alude directamente al fracaso de cualquier proyecto, Herraiz emprende con esta muestra un recorrido metafórico acerca del crecimiento espiritual del hombre, aunque, como suele ser habitual en él, en clave humorística e irónica. La sala principal está ocupada por cinco grandes piezas de lona de tela y sujetas a la pared de tal modo que semejan ser la lona elástica que se coloca debajo de los trapecistas de circo. La figura pintada al óleo en cada lona es el mismo personaje, un enano acondroplásico, esto es, caracterizado por la cortedad de las piernas y de los brazos, si bien conserva el tamaño normal del tronco y mantiene asimismo con normalidad sus funciones mentales y sexuales. En una de las lonas más representativas se ve a este personaje protagonista alzando los brazos hacia la bóveda celeste, mientras que a sus pies un diminuto hombrecillo, cuyos rasgos se identifican con los del artista, lo observa asombrado. La pieza, pues, nos está ofreciendo una de las claves para entender la muestra, esto es, el platonismo que la atraviesa por entero, la certeza interior de que el ser humano es algo más que materia, o, al menos, que para realizarse debe aspirar a realizarse en el mundo del pensamiento y del intelecto; de ahí la presencia del cielo, una clara alusión al mundo de las ideas eternas de Platón: la Belleza, la Verdad y el Bien. Pero también nos encontramos con otro indicador iconológico: el azul tenue y celeste del cielo, relacionado con el azul del Renacimiento romano de Rafael y sus seguidores, muy distinto del más sensual azul de Tiziano y los venecianos. Ese azul romano está aquí precisamente para relacionar estas obras con el Humanismo, con esa confianza en las posibilidades del hombre en las que creía la concepción antropocéntrica, empezando por Marsilio Ficino y Pico della Mirandola. Porque si hay algo que distingue esta muestra y, en general, la obra de Alonso Herraiz durante los últimos años, es el optimismo. Un optimismo que nada tiene que ver con el Pangloss volteriano, sino que hunde sus raíces en la historia y en la fuerza revolucionaria del espíritu. Hierofanías del destino. En efecto, lo sagrado se puede manifestar a través de una realidad profana, lo monstruoso se puede transformar en bello, o, dicho de otra manera, lo bello y el bien nada tienen que ver con la apariencia, sino que residen incólumes en el interior del alma y se manifiestan a través de la bondad. De ahí la expresión de felicidad de nuestro personaje, su risa sana y auténtica, en absoluto sesgada o doble. La exposición, en último término, también plantea un diálogo entre lo miserable y lo sublime, estados ambos que se dan simultáneamente en la persona, atizada por las contradicciones y por la lucha contra las fuerzas contrarias que arrastran de ella. En algún momento se nos insinúa que el dolor y el sufrimiento, el esfuerzo y la disciplina son necesarios si queremos dar coherencia a nuestra vida. En otros, es como si gravitase, sobre todo en los dibujos con rotulador sobre lona plástica de la planta baja, el ora et labora de Benito de Nursia, como si balbuceásemos una oración que se ve acompañada del trabajo y el esfuerzo diarios en beneficio de los demás. © Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 8 de abril de 2005
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