Paisajes sagrados

Pintura. Rafael Alvarado.

Casa Fuerte de Bezmiliana. Rincón de la Victoria (Málaga). Hasta el 31 de julio de 2005.

 

Rafael Alvarado (Málaga, 1957) vuelve con esta exposición de obra reciente a uno de sus temas predilectos y en el que, junto con el retrato, mejor se ha desenvuelto a lo largo de su ya larga carrera profesional como pintor, el paisaje, un motivo que casi siempre en él ha estado rodeado de Rafael Alvarado. "Pájaros vacíos", 2005. Óleo sobre lienzo. 73 x 100 cm.connotaciones simbólicas y que ahora enfatiza ciertas evocaciones al panteísmo paisajístico del romanticismo alemán, encontrándose como se encuentra inmerso en las brumas y en los cielos plomizos de la naturaleza nórdica. Resulta importante subrayar la elección del tema, en primer lugar por el aspecto de cohesión que confiere a toda la obra expuesta, sólidamente asentada además en una unidad estilística, y en segundo lugar por las alusiones indirectas a un estado de ánimo en el artista, por las veladas referencias a un estado espiritual interior que, a veces, roza eso que suele llamarse melancolía. Al igual que ocurre en los cuadros de Friedrich, de Caspar Wolf o de Carl Gustav Carus, el sentimiento de lo sagrado y la experiencia de la divinidad parecen haberse trasladado a la naturaleza, con sus cielos de tormenta y sus días de invierno.

Las obras menos logradas son aquellas en que, o bien por influencia de algún conocido cercano o bien por un lastre icónico vacío de sustancia de la pintura de la posmodernidad, introduce pequeños personajes, animales o, sobre todo, contornos de cabezas, como ocurre por ejemplo en El tiempo en el cielo, una obra espléndida que, sin embargo, se ve amortiguada plástica y espiritualmente por la aparición de esas siluetas humanas recortadas contra las nubes verdosas y azules. De otro lado, también está aquí presente en algunas obras otro de los imponderables contra el que Alvarado ha tenido siempre un conflicto artístico: saber cuándo debe darse por terminado un cuadro; de ahí la sensación de repinte y de indecisión que se trasluce en algunos, demasiado atravesados por capas de pintura.

En cambio, cuando Rafael Alvarado es fresco y espontáneo, cuando recoge una de las herencias que mejor ha sabido asimilar, la de la ejecución temporal de la obra impresionista o el modo rápido de trabajar de Van Gogh, entonces, el cuadro, independientemente de sus filiaciones estéticas, le sale entero y verdadero, le brota del alma, y no reparamos tanto en si hay influencia, que en rigor la hay, del romanticismo del Norte, o si hay huellas, que también las hay, de Goya, de ese Goya inquietante y amenazador que surge, por poner un ejemplo contundente, en El gigante, una aguatinta de hacia 1818. Estos son los casos de Tormenta, Pájaros vacíos, Paisaje interior y, sobre todo, Días de invierno, en el que unos árboles sólo esbozados atraviesan el lienzo hasta dar con una pequeña construcción, mientras las nubes del cielo se ven recorridas por tres pajarillos que vuelan en la misma dirección que las líneas compositivas del cuadro, entonado todo ello en una gama de grises como sólo Alvarado sabe pintar en esta ciudad.

© Enrique Castaños Alés

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 15 de julio de 2005