La pintura entendida como recogimiento interior

Pintura. Arsenio Pérez Caro. Cuando la luz era del mar.

Galería Cartel. Málaga. C/ Cortina del Muelle, 5. Hasta el 30 de enero de 2010.

Ampliamente conocido en la región extremeña, donde se ha convertido en un sólido referente de la mejor pintura contemporánea de los últimos treinta años, Arsenio Pérez Caro (Cáceres, 1949) es un creador de evolución sosegada y coherente que desde sus inicios se ha movido en el territorio de la abstracción, al principio más vehemente y gestual, más explícitamente influenciada por la sintaxis del Expresionismo Abstracto, pero que desde hace casi un decenio se expresa con una cadencia cada vez más sutil, cuyos rasgos definitorios son la delicadeza y el refinamiento. En sus cuadros de principios de los ochenta está latente el espíritu de Arshile Gorky, ese extraño pintor armenio trasplantado a Nueva York que inundaba la superficie de sus lienzos de una especie de abstracción biomórfica difícilmente interpretable. Las irregulares e informes formas de Arsenio parecían flotar en un magma indeterminado de fondo coloreado de manera uniforme, por ejemplo de azul celeste. Durante los noventa, el gesto y la mancha se aliaban con la materia, con trapos pegados a la superficie y magistralmente integrados, otorgándole al cuadro una textura rugosa que contrastaba con un cromatismo de resonancias cósmicas, como de lejanas galaxias. A pesar de la subjetividad expresiva, a esas pinturas se les podrían aplicar las clarividentes observaciones de Hans Hofmann: «Una obra de arte es plástica cuando su mensaje pictórico queda integrado en el plano pictórico».

 

Una de las obras de Arsenio Pérez Caro presentes en la exposición.

 

La obra expuesta ahora depende mucho más de la organización geométrica del espacio, se ha ido progresivamente racionalizando, pero al mismo tiempo ha ganado en susurro poético. Los fondos, con sus emplastes y delgada capa matérica, otorgan una solidez a los elementos del primer plano que nos recuerdan los frescos de Piero della Francesca en Arezzo. Especialmente la obra sobre madera, con sus delicadas transparencias y las vetas del soporte, parece oscilar entre el carácter puramente físico del material y los suaves matices cromáticos, casi imperceptibles, que tienden más a los tonos claros y blanquecinos que a un vivo colorido. A veces las líneas de grafito dejan entrever una trama oscura, débilmente entrelazada. En realidad, en toda esta producción última de Arsenio hay una culta integración de variadas corrientes, desde la cerámica griega y los frescos pompeyanos hasta la pintura matérica más reposada y matizada. Es una pintura que surge del conocimiento de la historia de la pintura, pero también de la reflexión acerca del espacio pictórico, tratando de equilibrar las tensiones, así como de un profundo mundo interior, pleno de madurez y de exigencia, en el que también asoman preocupaciones metafísicas sobre las que el autor ha meditado con humildad y en silencio, con rigor y constancia.

© Enrique Castaños

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 9 de enero de 2010