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La transgresión neobarroca de Ángela Aznárez Fotografía. Ángela Aznárez. About a girl. Sala de Exposiciones del IES Politécnico Jesús Marín. Málaga. C/ Instituto Politécnico, s/nº. Hasta el 9 de diciembre de 2011. La irrupción inesperada de Ángela Aznárez (Málaga, 1991) en el panorama de la fotografía en Málaga, desde esta primera exposición, supone una auténtica bocanada de aire fresco en ese difícil género, no sólo por la originalidad de la autora, que, aun siendo tan joven, posee un lenguaje crecientemente personal, sino por la honestidad en desvelar sus principales fuentes de inspiración, reinterpretándolas sin complejos, aunque, sobre todo, por la transgresora temática de sus obras, donde lo erótico, lo religioso, lo onírico, lo poético y lo morboso se entremezclan en una extraña amalgama absolutamente irreal en la que finalmente parece haber un sutil guiño a ese concepto del mal en la literatura del que nos hablaba Isidore Ducasse, el conde de Lautrémont, en Los cantos de Maldoror o el propio Georges Bataille en su célebre ensayo La literatura y el mal. Las referencias estéticas principales parecen bastante claras: Sophie Calle, Ouka Lele y Cindy Sherman, aunque Ángela Aznárez, aventajada estudiante de Psicología, nunca ha ocultado, desde sus años de bachillerato, su interés por la psicología profunda y el mundo de los sueños, por el erotismo y el sexo y por la historia de la fotografía y del arte contemporáneo en general, comentando en más de una ocasión que su dedicación profesional quiere orientarse hacia la sexología. En principio sería un error calificar estas fotografías dentro del apartado de la fotografía feminista, es decir, determinadas por la ideología radical de autoras como Barbara Kruger, Judy Chicago, Miriam Schapiro, Laura Mulvey o Mary Kelly, pero sí hay en ellas algo de la serie Untitled Film Still con la que comenzó Cindy Sherman en 1978-79, aquellos autorretratos fotográficos con diversos atuendos donde pasaba revista a los estereotipos cinematográficos del decenio de 1950, por supuesto en blanco y negro. De Ouka Lele no le interesan tanto los temas, pero sí el retoque pictoricista irreal al que la fotógrafa madrileña sometía sus obras al principio de su carrera en los primeros ochenta. Ángela Aznárez, que usa una cámara Canon, procesa posteriormente todas sus fotos con el programa Camera Raw para los ajustes básicos y las retoca minuciosamente con Photoshop, añadiéndole los filtros, curvas y la tonalidad final. Toda la obra está transida de un erotismo entre perverso e inocente que tiene mucho que ver con la transgresión de la moral católica, una transgresión que provoca un morbo y un deseo en nuestra adolescencia que está íntimamente relacionada con la idea de pecado. Pero la obra de Ángela no es irreverente. Al contrario, hay en ella una profunda admiración por nuestro dramatismo barroco, por ejemplo la sangre representada en algunos sudarios o paños de pureza de Ribera, pero también por el instrumental clínico, por los órganos del cuerpo, especialmente el corazón, y esto sí que la vincula con un artista como Pablo Alonso Herráiz, por ejemplo con su serie I love you Sade, aunque tampoco habría que excluir la fascinación literaria por el tema del vampirismo, que en el fondo no deja de ser una conmovedora historia de amor. Hay fotografías inquietantes y que generan desasosiego en Ángela, sobre todo esos autorretratos dobles de chicas inocentes, de colegialas con uniforme, que conocen en el fondo las profundidades abismales del mal. Otras son muy poéticas, como ese cuerpo femenino joven suspendido en el aire, gravitando, situado estéticamente entre los Arch of Hysteria de Louise Bourgeois y la inefable Ofelia muerta del prerrafaelista inglés Everett Millais. En otras ocasiones, aunque sobra el gesto que hace la chica con la mano, realiza preciosos dobles homenajes, por ejemplo a Ingres y a Man Ray, es decir, La bañista de Valpinçon de Ingres con las dos notas musicales en la espalda según la célebre fotografía del autor dadaísta, una alusión al violín de Ingres, instrumento que tocaba cuando descansaba de pintar. En definitiva, a Ángela Aznárez le obsesionan la muerte, la enfermedad, el sexo y el pecado, y, en ciertas obras, como Paloma Navares, adopta una posición fetal en la que parece querer regresar al útero materno. No cabe duda que puede convertirse en una magnífica fotógrafa y en una lúcida sexóloga. © Enrique Castaños Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 26 de noviembre de 2011
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