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Una belleza compulsiva Un extraordinario conjunto de obra gráfica del mayor representante europeo de la figuración de posguerra Grabado. Francis Bacon. Fundación Pablo Ruiz Picasso. Málaga. Plaza de la Merced, 15. Hasta el 27 de diciembre de 1998. Uno de los ejemplos más bochornosos de los nocivos efectos que la influencia de las modas y la dictadura del mercado han ejercido sobre el panorama expositivo de nuestro país en los últimos lustros, lo tenemos en el todavía insuficiente conocimiento directo entre nosotros de la obra del gran pintor británico de origen irlandés Francis Bacon (1909-1992), y eso que siempre mostró una viva simpatía por España, adonde viajaba con cierta frecuencia (no es ninguna casualidad que la muerte le sorprendiera en Madrid), y una rendida admiración por nuestros tres máximos pintores, Picasso, Velázquez y Goya, especialmente los dos primeros, quienes le obsesionaron durante toda su vida. Después de la restringida individual que le dedicó en 1978 la Fundación March, posteriormente trasladada a la Fundación Miró, hubo que esperar hasta octubre de 1992, seis meses después de su muerte, para contemplar aquí de nuevo, en la galería Marlborough, que inauguraba su sede madrileña con esa muestra, el lacerante espectáculo de su desgarrada obra, si bien circunscrita al periodo final del decenio de los ochenta. Sin ir más lejos, nuestro Museo Nacional de Arte Contemporáneo, el Centro Reina Sofía, aún no ha encontrado un hueco en su programación para organizar una digna retrospectiva del más destacado representante europeo de la figuración de posguerra y, para muchos, el pintor más importante de la segunda mitad de la centuria, quizá el único que fue capaz de recoger parte del inconmensurable testigo dejado por Picasso. Integrada
en su mayoría con fondos procedentes de la Marlborough, esta muestra constituye
el más completo conjunto de obra gráfica de Bacon exhibido hasta el momento en
España, con piezas realizadas entre 1975-92, todas de una extraordinaria
calidad de estampación, aunque, desde un punto de vista plástico, no supongan
investigación autónoma en el medio gráfico ni añadan, por tanto, nada a la
concepción psíquica del espacio ni a la representación icónica característica
de los lienzos. De hecho, reproducen, casi siempre por medio de fieles e
impecables serigrafías, conocidas pinturas del autor; por eso, desde lejos, en
especial las más grandes, nos dan la impresión de que estamos ante los
suntuosos óleos —con sus
zonas de pigmentación densa y matérica, la de las figuras, y apenas empastada,
la de los fondos, simultáneamente presentes en la superficie, como un recuerdo
de la dicción velazqueña— resguardados
con cristal del autor: el mismo espacio opaco y asfixiante, idénticos rectángulos
que encuadran y concentran la figura, los mismos tonos naranja o de otro color,
la misma desfiguración atormentada de los personajes, la misma atmósfera
existencial agónica. ©Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 19 de diciembre de 1998
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