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El arte también es un juego Los cuadros de Nono Bandera exploran los límites de la naturaleza artística de la pintura Pintura. Nono Bandera. Sociedad Económica de Amigos del País. Málaga. Plaza de la Constitución, 7. Hasta el 12 de febrero de 1999. Aun bebiendo de hontanares muy diversos e incluso contrapuestos, como corresponde a una escéptica mirada posmoderna en las postrimerías de nuestro siglo, la obra de Nono Bandera (Málaga, 1958) es de una indudable y casi incómoda —por su carácter escurridizo y resistencia al análisis convencional— originalidad, apoyada no sólo en la equívoca relectura que el pintor hace de sus fuentes de inspiración, alterando su significación lingüística, sino, sobre todo, en esa actitud, entre desenfadada y burlona, entre irónica y divertida, que adopta ante el concepto de arte y la función que se supone debe cumplir la pintura como objeto de delectación estética de cualquier persona culta. Si de comparaciones se trata, la primera que acude presurosa a nuestra memoria visual es la célebre Gioconda bigotuda de Duchamp, pero mientras que en éste puede adivinarse una intención desmitificadora del arte sublime de la pintura, representando así, según observó Argan, la pars destruens del dadaísmo, Nono Bandera parece estar más próximo al espíritu de otros ready-mades que representarían la pars construens de aquél, esto es, conceder valor estético a una cosa que no lo posee. Pues, y aquí sí que existe una complicidad secreta con Duchamp, del mismo modo que éste utilizó una pequeña reproducción barata de la obra de Leonardo, Nono Bandera usa cuadros de pésima factura comprados a precio de saldo en mercadillos ambulantes, sobre los que pinta encima sus obsesiones y a los que, al introducir en el espacio de la galería, decide libremente conferir el estatuto de obra artística. En cuanto a cierta pretendida filiación con el apropiacionismo de algunas obras de destacados miembros de la Internacional Situacionista, caso por ejemplo de Asger Jorn, no cabe aquí por dos motivos: porque ni Bandera pretende robar el concepto de autoría de la obra, práctica que en los situacionistas tiene un claro propósito subversivo, y porque los cuadros de los que él parte no tienen antes de su intervención el más mínimo valor estético. De otro lado, la atracción de los situacionistas por el homo ludens de Huizinga y su concepción de la vida como un juego, base teórica, aunque parcial, de su crítica radical a la vida cotidiana y a su deseo de cambiarla, en Bandera es sólo un interés por el aspecto lúdico y divertido de la pintura, sin propósito de transformación social ni intención revolucionaria alguna. Una última
correspondencia podría quizás establecerse con la obra del filipino Manuel
Ocampo, en concreto respecto de los tres desvencijados lienzos de tema religioso
provocadoramente irreverentes de la muestra, pero mientras los cuadros de Ocampo
dejan mucho más visibles las huellas de la colonización cultural que sufre la
periferia y resultan casi insoportables, los de Nono Bandera tampoco encierran
peligrosidad ninguna. ©Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 6 de febrero de 1999
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