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Manuel Barbadillo o la dimensión moral de la cibernética ENRIQUE
CASTAÑOS ALÉS La
destacada posición de Manuel Barbadillo en el arte de la neovanguardia se debe
sin duda a su decisiva contribución al computer art entre finales de los
sesenta y principios de los setenta. Él fue el segundo artista en el mundo, muy
poco después del estadounidense Charles Csuri, en usar la computadora con una
finalidad estética, durante el curso académico 1968-69. Para entonces, ya
llevaba cuatro años Barbadillo empleando un vocabulario y una sintaxis modular,
circunstancia que fue precisamente clave en el posterior empleo de la máquina.
Desde mediados los cincuenta y hasta 1964, que es cuando aparece su primer módulo,
la obra de Barbadillo experimenta una serie de rápidas transformaciones que van
desde la figuración hasta la abstracción geométrica, pasando por una etapa de
informalismo matérico y otra de expresionismo abstracto crecientemente
organizado y esquematizado que pone de relieve su interés por el análisis y el
rigor de la forma. Determinantes para explicar esos cambios fueron sus estancias
en Marruecos y en Nueva York, paradójicamente en un lugar que le pone en
contacto con voces ancestrales y con tiempos muy remotos, y otro que significa
el progreso y las novedades más actuales. La importancia de la obra
experimental sobre cartulina de 1963 y parte de 1964 radica, además de en el
abandono definitivo de la materia, en la correcta comprensión de la naturaleza
binaria de la forma. Nunca se insistirá lo suficiente en el
crucial descubrimiento que supuso para su mente y su espíritu la lectura del
libro Cibernética y Sociedad, de Norbert Wiener, con una influencia
subterránea pero fundamental en la aparición de aquel primer módulo en forma
de U con el que trabaja hasta 1968. La ampliación del vocabulario modular de
uno a cuatro módulos, en este último año, le debe mucho a su contacto con la
computadora en el Centro de Cálculo de la Universidad de Madrid, gracias al
interés de los responsables del Centro, sobre todo García Camarero, en las
posibilidades de tratamiento informático de esa obra modular. Ahora bien, y
esto conviene subrayarlo, nunca fue la máquina para Barbadillo un fin, sino un
instrumento, una herramienta de trabajo con la que liberarse de las tareas
repetitivas y mecánicas. Por supuesto que su poderosa capacidad le abrió
nuevas perspectivas a su trabajo, descubriendo permutaciones impensables,
acelerando el descubrimiento de nuevos módulos. Pero esto último no ocurrió
hasta 1984, mucho después de abandonar el Centro a principios de los setenta y
no sin haber sufrido antes una aguda crisis personal y de inactividad, que empezó
a resolverse hacia 1979 con la aparición de los ordenadores personales.
Barbadillo aprendió lenguaje de programación y pudo hacer a partir de entonces
su obra enteramente en su casa, convirtiendo la impresora en su particular
cuaderno de dibujo. Composición, sentido del ritmo y del movimiento, junto a la intuición, son los ingredientes básicos de sus cuadros, aunque todos ellos subordinados quizás al más relevante, a saber, el componente cibernético, sustentado en la autorregulación y retroalimentación de los módulos, ingrediente de carácter filosófico-científico-moral que encierra una concepción cibernética del cosmos. Hasta sus últimos días ha estado Barbadillo trabajando, inmerso como estaba desde hace unos dos años en un cambio estilístico que suponía una disminución del automatismo en beneficio de la intuición y un aumento del carácter dinámico de las composiciones. Pero sin olvidar en ningún momento la íntima conexión del arte con la vida y, en definitiva, con todo lo humano.
Publicado en el diario Sur de Málaga el 9 de septiembre de 2003, con motivo de la muerte del pintor Manuel Barbadillo ocurrida dos días antes |