La intuición de comprender el mundo

Grabado. Miquel Barceló.

Gacma. Málaga. C/ Fidias, 48-50. Hasta el 2 de febrero de 2006.

Instalado desde hace dos decenios en una de las escasas cimas del arte contemporáneo, Miquel Barceló (Felanitx, Mallorca, 1957) es un artista total que siente por la creación una necesidad biológica y una pasión compulsiva que lo mismo le lleva a producir pinturas que a realizar esculturas, a hacer cuadernos de viaje que a manipular objetos y a realizar objetos de cerámica con una disposición y una actitud que más parecieran las de un demiurgo que las de un simple hombre creador. Pero esa aparente facilidad suya, ese torrente creativo inagotable que es hasta ahora su obra puede que sea de esa manera precisamente por la condición específicamente humana del artista, quien necesita muchas horas de ejercicio y de reflexión, un trabajo constante y permanente para hacer su obra, de la que mucho también ha sido destruido. Aunque ya se haya hecho repetidas veces, resulta inevitable evocar a Picasso cuando uno se refiere a Barceló. El artista mallorquín no sería nadie sin ese quehacer que le acompaña en todos y cada uno de los momentos de su vida, tratando de desentrañar la complejidad del mundo y el funcionamiento del universo. Cuando un cuadro ha sido hecho y terminado, pero sólo cuando ese cuadro posee un misterio indescifrable que va más allá del propio Barceló sin que él sepa muy bien por qué, entonces es cuando ha creado algo de lo que puede decirse que se aproxima al secreto del mundo. Hay un momento, un breve momento, en que el artista participa de ese secreto, pero después sólo queda un desdibujado recuerdo, una vaga ensoñación. Así ocurre en Barceló. Como cuando en una de sus estancias en Malí acudió a unas ceremonias funerarias, con un calor insoportable de 55 grados, y dejó un cuaderno que tenía en la termitera, para que las termitas se lo comieran, sin saber después qué iba a hacer con él. Durante los cinco días que duraron las ceremonias trabajó en ese cuaderno en una cueva, en un estado del que puede decirse que era otra persona. Durante los cinco días estuvo sometido a una extrema concentración, en la que podía hacerlo todo, y sin embargo todo resultaba ser de la más extrema sencillez. Ahí es cuando se comprende aquel secreto. Este es el acto de la creación.

Sus temas han sido extraordinariamente variados, desde bibliotecas, tauromaquias y bicicletas rodando a toda velocidad, hasta cabras, peces, sopas, paellas, retratos y embarcaciones. En muchas de estas composiciones introduce Barceló una densidad matérica inusual, capas y capas de pintura, incluso materiales orgánicos o pequeñas ramas. Él mismo ha dicho que ese grosor que a veces adquiere su pintura es porque se equivoca y rectifica, acumulándose así las capas de materia. Su obra es de una fuerza expresiva inusitada, potente, agarrada a la tierra, al campo y al agua de la que nace.

La galería Gacma exhibe en esta muestra una docena de obras gráficas, correspondientes a la serie «Lanzarote» (1999-2000), a la serie Toros (1990-91) y algunos acrósticos. La serie Lanzarote, hecha en aguatinta, está dominada por el negro y en ella aparecen piñas, perros, monos, algas, paisajes y figuras. Ese tema de los perros peleándose ha sido siempre de los más ocurrentes y originales de Barceló. En la serie litográfica de los Toros, aparece uno de sus motivos más característicos, el remolino. Acróstico de cabras y Acróstico de burro, ambas de 1991, son obras estampadas a dos caras, y sus motivos animales recuerdan los cuadros pintados por Barceló para los altares de la iglesia desacralizada de Santa Bárbara en Palermo, encima literalmente de los lienzos, recorriéndolos por entero, fundiéndose con ellos, como un nuevo Pollock.

© Enrique Castaños Alés

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 9 de diciembre de 2005