El estallido de la forma

 

Pintura. Juan Barjola.

Palacio Episcopal. Málaga. Plaza del Obispo, s/n. Hasta el 18 de agosto de 2002.

Las esclarecedoras palabras pronunciadas por Max Beckmann en 1938 acerca de su propia pintura, cuando afirmaba aquello de que «mi propósito es siempre el captar la magia de la realidad y llevar esa realidad a la pintura; hacer visible lo invisible por medio de la realidad. Puede parecer paradójico, pero de hecho, es la realidad la que crea el misterio de nuestra existencia», podrían ser perfectamente aplicadas para definir lo más esencial de la obra de Juan Barjola (Torre de Miguel Sesmero, Badajoz, 1919), a condición, claro está, de que el término «magia» lo sustituyamos por «descarnadura» o por «crudeza». Porque son las entrañas mismas de la realidad, sin afeites y sin velos, las que nos muestra Barjola desde hace muchos años en su pintura desgarrada, rabiosamente expresiva y hondamente ibérica, incardinada como está en esa «veta brava» y en ese tremendismo de la Escuela Española que va de Ribera a Gutiérrez Solana, pasando, por supuesto, por Goya y Picasso.

Precisamente son estos dos últimos las principales referencias de Barjola en buena parte de sus cuadros con motivos taurinos, que son los que componen en número abundante   —cerca de ochenta—   esta soberbia exposición de un pintor de raza que ha demostrado con creces serlo hasta el final, aunque este final, por fortuna, a pesar de su avanzada edad, todavía no se haya producido. Lienzos en los que también está asimilada con asombrosa originalidad la aportación, por citar algunos de los nombres más representativos, de Bacon, del primer Dubuffet, de Saura y de los expresionistas abstractos.

Las figuras de Barjola parecen llevar a cabo en estas composiciones una danza ritual de destrucción y de muerte, ofreciendo esos cuerpos de carnaciones rosáceas, violetas, pardas y amarillentas, cuyo casi único soporte y estructura en medio de tanto amontonamiento violento y de tanto frenesí es el grueso trazo negro de los contornos, una indudable alusión a la complejidad del ruedo hispánico. Pero sin repetirse nunca, ordenando rítmicamente las masas, que se despliegan con exacerbado vitalismo por la superficie de la tela, conformando uno de los ejemplos más deslumbrantes de creación de un espacio auténticamente plástico de toda la pintura española actual.

 

©Enrique Castaños Alés

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 5 de agosto de 2002