|
Arquitectura del silencio Luz, color, recogimiento, tradición vernácula y abstracción racionalista se equilibran en la obra del arquitecto Luis Barragán Arquitectura. Luis Barragán. Colegio de Arquitectos de Málaga. Paseo de las Palmeras del Limonar, s/n. Hasta el 22 de diciembre de 1998. Poeta de la luz y del silencio, del color y del recogimiento, del sonido y de la soledad, la originalísima obra construida por el arquitecto mejicano Luis Barragán (1902-1988), en la que se funden la arquitectura popular y la tradición vernácula de su país natal, la, en palabras suyas, «inmensa lección de sabiduría de los moros de España», la arquitectura de jardines y algunos de los principios del racionalismo arquitectónico de nuestro siglo, nos transmite, a través de una asombrosa economía de medios técnicos y con muy pocos materiales, un delicado pero intenso equilibrio entre la noble aspiración a la intimidad de todo ser humano y el ineluctable deseo que asimismo le embarga por proyectarse socialmente y formar parte del resto de la comunidad de los hombres. Artista dotado de una exquisita sensibilidad, para quien arquitectura y paisaje forman un todo unitario, Barragán trata y moldea los materiales, bien sea a través del rugoso enfoscado de los muros, de los planos de color, del suave murmullo del agua de las fuentes y de la reverberación y transparencia de los estanques, del aprovechamiento de la roca volcánica o del empleo de pavimentos de piedra, con un mesurado, en ningún caso estridente, carácter plástico y musical, abierto siempre a una jubilosa recepción por parte de los sentidos. Persona de profundas creencias y convicciones religiosas, su obra posee un sosiego espiritual que también quiere ser un bálsamo para las heridas sangrantes del mundo. Nadie como él ha acertado a explicarnos, por medio de unas cuantas palabras cargadas de simbolismo y durante el discurso de entrega del premio Pritzker en 1980, el significado de sus construcciones, donde laten las revelaciones nostálgicas entendidas como «conciencia del pasado» autobiográfico irrenunciable para cualquier creador, aquellas por las que «es verdaderamente capaz de llenar con belleza el vacío que le queda a toda obra arquitectónica una vez que se han atendido las exigencias utilitarias del programa». La escasa
producción de Barragán, de la que aquí se ofrece una selección a través de
cuidadas fotografías, alcanza probablemente su cenit en los jardines de El
Pedregal (1945-50), en la Cuadra San Cristóbal (1967-68) y, sobre todo, en la
vivienda-estudio del arquitecto en Tacubaya (1947) y en la capilla del convento
de las Capuchinas Sacramentarias en Tlalpan (1952-55), estas dos últimas muy
cerca una de la otra y ubicadas en barrios periféricos de la ciudad de México.
Ambas, realizadas con sencillos volúmenes y una gran pureza geométrica de líneas
por donde la luz, ora transita gradual y rítmicamente, ora se muestra con una
dorada exuberancia, expresan magistralmente ese anhelo de recogimiento interior
y espíritu contemplativo que constituye la esencia de este poeta de la
arquitectura.
©Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 12 de diciembre de 1998
|