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Reconstruir la identidad velada Pintura. Adrián Bellesguard. La identidad borrada. Galería Cartel. Málaga. C/ Cortina del Muelle, 5. Hasta el 15 de noviembre de 2010. El origen de esta interesante exposición individual de Adrián Bellesguard (La Habana, 1953) se encuentra en una de sus numerosas visitas al Metropolitan de Nueva York, cuando por primera vez reparó de manera particular en las cabezas de personajes anónimos de la colección de escultura y antigüedades romanas, contemplación que le llevó a reflexionar sobre el hecho de que detrás de cada uno de esos rostros completamente olvidados y cuya identidad había quedado borrada en el tráfago de los tiempos, había, sin embargo, una biografía única e irrepetible, correspondiente a una persona de carne y hueso que había vivido en un arco temporal determinado y había sido sujeto de alegrías y de sufrimientos. Esta reflexión sobre las cabezas romanas del Metropolitan, al cabo de cierto tiempo, la relacionó Bellesguard con los condenados que esperan en el corredor de la muerte en varias cárceles del Estado de Florida, individuos concretos a los que también se pretende arrancar su identidad y que caigan en el olvido. Partiendo de ambas circunstancias, Bellesguard elabora una amplia serie de cabezas en las que, a pesar de que resulta inevitable la referencia al gran representante de la figuración de posguerra, Francis Bacon, sin embargo, gozan de una autonomía y presentan una originalidad incontestable. No sólo por el hecho de que aquí no encontramos esa concepción plástica de Bacon según la cual las figuras engendran el espacio como prolongación de sí mismas, aunque sí es verdad que hay algo de esa experiencia opresiva que producen los cuadros del pintor de Dublín, sino porque Bellesguard se interesa casi exclusivamente en presentarnos borrosos los rostros, es decir, las identidades de los condenados, que quedan desdibujadas, desaparecida la nitidez de sus facciones. Uno de los cuadros más dramáticos es el que el pintor llama Crucifixión, y que consiste en una ejecución mediante inyección letal. El condenado está tumbado, con el puño apretado, y vemos incluso un trozo de sonda, pero el conjunto de su cuerpo desnudo aparece borroso, en un ambiente siniestro acentuado por las caras, más bien espectros, de los espectadores que ríen con muecas grotescas. La posición del condenado y el título del lienzo remiten, muy probablemente, al sobrecogedor Cristo muerto de Holbein el Joven que conserva el Museo de Basilea. Hay también en la muestra un reducido segundo grupo de pinturas de «vanitas», que se distinguen por sus líneas sinuosas, su explícito simbolismo y la mayor variedad cromática de la paleta, con predominio de tonos rojizos, amarillentos, celestes y verdosos. Una de ellas es una interpretación del tema clásico, sobre todo barroco, del tocado de Venus, con una correspondencia muy conseguida entre las curvaturas del cuerpo femenino desnudo y el mullido asiento en que descansa su cuerpo, siendo en este caso la nota simbólica una calavera sobre una mesa que evoca algunas cabezas del Munch más modernista. En la otra vanitas, la mujer, cuya disposición doblada del cuerpo procede del repertorio escultórico clásico, presenta un rostro que parece estar transformándose en una calavera, parecida a la que reposa junto a ella. © Enrique Castaños Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 30 de octubre de 2010
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