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Fernando Bellver y las apariencias Escultura, grabado y fotografía. Fernando Bellver. Museo del Grabado Español Contemporáneo. C/ Hospital Bazán, s/n. Marbella. Hasta el 1 de febrero de 2003. Probablemente
sea esta exposición de Fernando Bellver (Madrid, 1954) la primera vez que el
Museo de Marbella muestra junto con la obra gráfica de un artista otras piezas
realizadas con técnicas completamente distintas, como son la escultura en
metal, la fotografía, la estampa digital o la radiografía, y además lo hace
editando un bello catálogo en el que precisamente la obra reproducida es sobre
todo la que corresponde no al grabado calcográfico, que también lo hay, sino a
esas otras técnicas habitualmente ajenas a la programación de un Museo del
Grabado. La razón de esta grata novedad debe estar sin duda en el carácter
interdisciplinar y en la profunda interconexión de la obra entera de Fernando
Bellver, un creador heterodoxo, de una fina ironía, de
un inteligente sentido del humor y de una producción bastante polisémica, que
lo mismo encuentra su inspiración en el pop, quizá su referente más natural y
característico, que en el dadaísmo o en el surrealismo, pero siempre con una
actitud desenfadada y explorando sendas desconocidas en todas sus sucesivas
intervenciones. En lo que se refiere a esta exhibición, destacan cuatro grandes grupos de trabajos distintos. En primer lugar, las variaciones realizadas en 1994 con aguafuerte y collage de dos pequeñas esculturas de bronce pintadas en negro, azul y rojo que, tanto por la gama cromática empleada como por la silueta de sus formas, son un homenaje a Miró y un guiño a algunos artistas españoles vinculados al pop, como Arroyo y Alcaín. En segundo lugar, las recientes y espléndidas estampas digitales montadas sobre macrolupa, cuyos motivos, desnudos masculinos y femeninos que parecen atrapados en una invisible cámara de cristal, y efectos visuales, la interferencia y modificación de sus posturas según la posición del observador, reflexionan sobre la individualidad, la aspiración a la libertad y la fascinante belleza del cuerpo humano. En tercer término, la pieza de mayor tamaño de la muestra, una enorme vista panorámica de Madrid a vuelo de pájaro en la que el aguafuerte y la serigrafía se emplean con un altísimo virtuosismo técnico y donde el collage pone el toque pop e irónico, obra de extraordinario dibujo que además continúa la tradición de vistas de ciudades españolas que se inicia en el Renacimiento y que se hacían, entre otros, con el objetivo de ahondar en el conocimiento topográfico y geográfico del reino. En último término, los que posiblemente sean los objetos más interesantes y perturbadores de la exposición, las cajas de luz, sutilísimas piezas ejecutadas con absoluta maestría que no son más que radiografías iluminadas de seres humanos y animales, como esa inquietante naturaleza muerta en la que cuatro codornices radiografiadas bailan una extraña danza y que semejan apariciones fantasmagóricas, débiles siluetas iluminadas que surgen desde lo más escondido de la oscuridad.
© Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 20 de enero de 2003
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