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Topología formal ensamblada Escultura y grabado. Miguel Berrocal. Centro de Exposiciones de Benalmádena. Avenida de Antonio Machado, 33. Hasta el 11 de septiembre de 2005. Influido durante su periodo de formación por las enseñanzas recibidas del escultor Ángel Ferrant, superviviente del Arte Nuevo en la España de la posguerra, y del arquitecto Casto Fernández Shaw, también de la generación de la República y en cuyo estudio trabajó, Miguel Ortiz Berrocal (Villanueva de Algaidas, Málaga, 1933), que empezó estudiando arquitectura y ha demostrado a lo largo de toda su dilatada trayectoria poseer unos notables conocimientos de matemáticas y de geometría analítica, realizó durante los años sesenta y setenta una de las más prodigiosas y novedosas contribuciones a la escultura europea de la segunda mitad del siglo veinte. Aportación importante no sólo por la reflexión llevada a cabo acerca de la noción de vacío, de la descomposición del espacio y de la introducción por consiguiente de una cuarta dimensión en sus objetos escultóricos, sino por la creación en escultura del concepto de múltiple, que, si bien es verdad que, a pesar de las enormes tiradas de algunas piezas, no sirvió para abaratar los precios y posibilitar el acceso de amplias capas de público al mercado de arte contemporáneo como se pretendía, sí supuso un golpe decisivo a la noción de «aura», esto es, a la sacralización de la obra de arte única e irrepetible. Las alrededor de treinta obras que componen esta estupenda exposición, pertenecientes a un arco cronológico que va de 1959 a 1996, son suficientes, debido al cuidado con el que han sido seleccionadas, para hacerse una idea cabal y rigurosa del método de trabajo, de las principales preocupaciones estéticas y de la evolución estilística del gran escultor malagueño. El recorrido empieza con una obra formidable, el Gran Torso de 1959, una escultura de bronce rotunda y maciza que nació desmontable de manera fortuita, siendo precisamente su considerable tamaño lo que aconsejó que fuera elaborada por partes. Esta es su primera obra desmontable y con ella Berrocal, que durante la segunda mitad de los cincuenta había hecho unos espléndidos hierros en los que late la herencia de Julio González, descubre la posibilidad de introspección interior de la forma, origen de aquella cuarta dimensión que él aloja en los intestinos de la escultura. Junto a otras piezas memorables de principios de los sesenta, como Obispo y Torso Abdalagís, la muestra alcanza su clímax en la sala donde se exhiben las diez esculturas de Los Almogávares, homenaje a aquellos épicos condottieri aragoneses que, comandados por Roger de Flor, recorrieron de un extremo al otro el Mediterráneo a principios del siglo XIV hasta extender la influencia catalanoaragonesa desde Constantinopla hasta los confines de Anatolia. El origen de estos extraordinarios bronces son los yunques que Berrocal compró en las forjas artesanales de las Ardenas, objetos que constituyen el alma de estas piezas y que, del mismo modo que llevan la marca del escultor-herrero-forjador, simbolizan el carácter indómito y fiero de aquellos aventureros mercenarios. Jean Dypréau se ha referido a cómo en este conjunto «la organización de las estructuras tiende a reducirse a lo esencial, las articulaciones a ser funcionales y los esmeros técnicos del ensamblaje a concentrarse en las tensiones orgánicas». Otras obras de gran formato que se exponen son los bronces Pepa y Manola, interpretación sinuosa y ondulante del voluptuoso cuerpo femenino que caracterizó la obra de Berrocal en los noventa, aunque también se han incluido un par de piezas hechas en kevlar, una fibra orgánica de la familia de las poliamidas cinco veces más fuerte que el acero y de gran ligereza. Entre las esculturas pequeñas destacan La Totoche, un término que en francés significa familiarmente «rolliza», y que por eso mismo está dedicada a Federico Fellini, amante de las mujeres de cuerpo rubeniano; Salvador y Dalila, una deliciosa figura inspirada en un texto de Dalí publicado en la revista Minotaure en 1934 que, entre otras cosas, decía: «La mujer espectral será la mujer desmontable…La mujer llegará a ser espectral por la desarticulación y la deformación de su anatomía», palabras sin duda premonitorias del desarrollo posterior de las formas artísticas; Omaggio ad Arcimboldo, recreación de una de las fantásticas cabezas hechas con frutas y vegetales de ese pintor manierista que trabajó para las cortes de Viena y Praga en el siglo XVI; y Paloma Jet, una escultura que no se desmonta ni se divide en piezas pero que funciona, con su tren de aterrizaje bajo las alas, como un poderoso símbolo de la civilización hipertecnificada de nuestro tiempo.
© Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 15 de julio de 2005
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