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Luces de la ciudad Pintura. José Luis Bola Barrionuevo. Museo Municipal. Málaga. Paseo de Reding, 1. Hasta el 28 de febrero de 2003. Después de casi tres lustros
sin realizar una exposición individual en su ciudad natal, esta amplia
retrospectiva centrada en los últimos veinte años de su producción,
comisariada con indudable rigor y conocimiento por el escritor y crítico
Alfredo Taján y montada con inusual acierto, viene a corroborar lo que algunos
amigos y aficionados ya sabían, pero que resulta oportuno que se sepa con una
mayor difusión, a saber, que entre los representantes de la primera hora de la
neofiguración de los setenta, la obra de José Luis Bola Barrionuevo (Málaga,
1949) es no sólo de las más personales, sino de las que con mayor lucidez han
sabido aunar el humor y la ironía con esa dosis de fundamento y responsabilidad
que siempre debe subsistir entre los intersticios de la pintura. Una de las principales razones de esa originalidad se encuentra precisamente en la coherencia estilística y en la reflexiva evolución de su pintura. Aquí sólo podemos referirnos a cuatro grupos de trabajos, que, lejos de vivir aislados unos de otros, se vinculan, además de por el vocabulario empleado, por una extraña fascinación por la geografía, especialmente por la ciudad como organismo vivo que se desparrama por un territorio. Las primeras de aquellas pinturas son de mediados los ochenta, claramente neoexpresionistas, y que, como el propio Bola ha escrito, se basan «en el contraste entre lo cercano, que es el color carne, el color de la materia, y lo lejano, que es el azul, el color del espacio». A continuación vendrían los deltas, las representaciones pictórico-cartográficas de las desembocaduras de ríos caudalosos, así como la representación de países y provincias como islas, subrayando la insularidad, el aislamiento de ciertos pueblos y de ciertas culturas, precisamente aquellas que más rodeadas están de otras naciones, quizás como un mecanismo para afirmarse. En tercer término, el conjunto de lienzos que quizá sean el mayor logro artístico de Bola, esto es, sus diferentes visiones de Málaga, que en rigor se reducen a dos prototipos: la vista parcial de la ciudad y de la bahía desde un punto intermedio y equidistante del Paseo Marítimo, y la vista aérea de esa gran mancha luminosa y eléctrica que es Málaga de noche, cuadros estos donde además se plasma el interés de Bola por los planos, por la urbanística y por el crecimiento orgánico de las ciudades, pero que sobre todo funcionan como metáforas, como ese cuadro, uno de los más bellos de la muestra, que recrea con precisión arqueológica y elevada poesía la Málaga romana, tan mediterránea, tan azul, tan mitológica, o como ese otro ovoide, Lo que sueñan los malagueños (1999), en el que se ve, en fantástica, surreal e inquietante visión nocturna, una gigantesca esfera en el fondo de la bahía. Por último estarían los jardines geométricos, indicadores del componente racional que debe siempre haber en todo artista, y que en el caso de Bola son también un homenaje apasionado a la jardinería racionalista francesa y al simbolismo secreto que muchas veces se esconde en sus simétricos setos. © Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 17 de febrero de 2003
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