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Mapas autobiográficos Instalación, serigrafía y vídeo. Alberto Borea. Ruinas y ciudades. Galería Isabel Hurley. Málaga. Paseo de Reding, 39. Hasta el 8 de noviembre de 2008. Fue el gran escritor mejicano Octavio Paz de los primeros en reconocer y proclamar públicamente, sin pizca alguna de ese resentimiento que ha lastrado tantas veces a muchos intelectuales de Iberoamérica, que la atención prestada por los artistas iberoamericanos a las culturas prehispánicas deriva del interés que los creadores de la vanguardia histórica empezaron a mostrar desde principios del siglo pasado por las culturas no occidentales, fuesen africanas, oceánicas o precolombinas. El arte iberoamericano se ha ido constituyendo a través de la influencia europea y norteamericana, y si pudo contemplarse a sí mismo en las formas prehispánicas, fue porque otras miradas ya las habían contemplado. El indigenismo, la demonización de lo occidental, está haciendo un daño inmenso en América Central y del Sur y se está convirtiendo en una nueva forma de fundamentalismo excluyente, aldeano, localista y analfabeto. Una mirada o una visión crítica de la historia debe ser una mirada «ilustrada», es decir, no debe renunciar nunca al progreso y a las conquistas del espíritu humano. Lo demás es un retroceso, una vuelta al primitivismo y al estado de naturaleza. Por fortuna, Alberto Borea (Lima, 1979), a pesar de su profunda visión crítica, esto es, «iluminista», y precisamente por ello, trata de reconciliar, o, al menos, de establecer un fecundo diálogo entre el pasado prehispánico y el avance imparable del progreso. El título de su última propuesta, Ruinas y ciudades, alude directamente a esa fractura entre un pasado remoto, hoy pura arqueología, y un presente falto de estructura y organización. Porque uno de los grandes males de la América hispana es la deficiente gestión de los recursos públicos, la carencia de una clase media amplia, la avidez insaciable y la rapiña de las minorías oligárquicas. Alberto Borea traza un mapa autobiográfico, en realidad diferentes versiones de una misma cartografía que congela instantes de la experiencia vivida, la íntima, pero, al mismo tiempo, dolorosa relación del artista con la ciudad que le vio nacer. Por un lado, admite el necesario desarrollo económico, pero, por otro, sufre ante el aumento de la desigualdad y la destrucción de la memoria. La pieza donde esa tensión es más evidente es una instalación compuesta de dos partes contrapuestas, una que alude al pasado y otra que representa el porvenir. El pasado se representa con una pirámide escalonada hecha con teclados de ordenador, alusión a las ruinas de Huaca Pucllana, un gran centro ceremonial administrativo de la llamada Cultura Lima que alcanzó su cénit hacia el 500 d. C. y que hoy está rodeado de edificios en la capital peruana. El presente-porvenir se simboliza con torres hechas de cintas de vídeo, que son los rascacielos actuales, símbolos de la gran metrópoli. Pero nótese que los restos precolombinos han sido «cubiertos» con un símbolo del progreso: la relación entre el pretérito y el presente debe mantener vasos comunicantes, sin ahogarse mutuamente. El crecimiento desordenado, las bolsas de pobreza, eso es lo que Alberto Borea ha podido constatar y forma parte de su biografía, aunque él sea un privilegiado. Pero privilegiado, en esa parte del mundo, es poder tener acceso a la educación y a la cultura. En las espléndidas serigrafías de la serie Maneras de caerme, Borea deja constancia de su sufrimiento, de su fragilidad, de su ansia de infinito, pero también de su renuncia al desfallecimiento.
© Enrique Castaños Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 24 de octubre de 2008
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