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Los territorios conceptuales de Alberto Borea Vídeo, collage y objetos. Alberto Borea. The Mountains of America. Galería Isabel Hurley. Málaga. Paseo de Reding, 39. Hasta el 26 de marzo de 2011. El conceptualismo de Alberto Borea (Lima, 1979), como puede corroborarse una vez más en esta su segunda individual en el mismo espacio privado de Málaga, se fundamenta en el sentido que aún hoy tiene todavía la aspiración indeclinable a la utopía, esto es, a la mejora de las condiciones de vida de las sociedades humanas, sentimiento que en su caso parece formar parte constitutiva de su ser, y en el análisis racional y objetivo de las contradicciones que atenazan a esas mismas sociedades. Él, aunque reside en los Estados Unidos, está, naturalmente, muy atento a los problemas que impiden a las sociedades iberoamericanas salir del subdesarrollo, del mismo modo que también hay una importante presencia en su obra del fenómeno del multiculturalismo y de la globalización. De esa obra parece desprenderse que los problemas están perfectamente diagnosticados, pero faltan los medios adecuados para resolverlos. Uno de los aspectos clave sería la conciliación entre formas de vida tradicionales, ancestrales, preservando sus antiquísimas costumbres, como ocurre en buena parte de las sociedades indígenas iberoamericanas, y los beneficios del desarrollo científico y tecnológico. El capitalismo es un sistema económico excluyente, y, según se deduce de la reflexión de Borea, el hecho de que la inmensa China e incluso la India hayan apostado decididamente por ese sistema económico, que, en síntesis, se basa en la ley de la oferta y de la demanda y en la obtención del máximo beneficio, dificultan extraordinariamente la solución. Sólo la extensión generalizada de la educación y el firme control de los gobiernos más poderosos del mundo contra los abusos podrían paliar la situación. Aquí introduce Borea el concepto, hoy tan defendido por determinados círculos intelectuales de Occidente, de «economía sostenible», es decir, la explotación de los recursos sin la destrucción paulatina de los mismos y del planeta a largo plazo. De nuevo se impone una voluntad decidida de los gobiernos que sólo puede ser demandada y exigida desde las voces de los ciudadanos. Pero el problema, como ve perfectamente Borea, no está ya en Occidente, al menos en buena parte de él, pues se halla crecientemente concienciado; el problema está en los países con un crecimiento económico alto o desmesurado que están saliendo del subdesarrollo para incorporarse al primer mundo. Aquí las dificultades, debido precisamente al déficit democrático, que, al menos hasta ahora, es privativo de los países cristianos de Occidente, son enormes. Y no digamos la aceptación y tolerancia hacia formas de pensar diferentes. Al igual que los primeros exponentes del arte conceptual en los Estados Unidos y en Europa a finales de los cincuenta y principios de los sesenta, Alberto Borea no se interesa tanto por el producto físico tangible que exhibe en la galería, al fin y al cabo un documento visual, sino por la reflexión que quiere suscitar en el espectador. En este aspecto su adscripción lingüística es meridiana y muy pedagógica.
© Enrique Castaños Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 26 de febrero de 2011
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