Poética de lo etéreo

Depuración formal e investigación del concepto de espacio desvelan la madurez creadora del último Brinkmann

Pintura. Enrique Brinkmann.

Colegio de Arquitectos de Málaga. Paseo de las Palmeras del Limonar, s/n. Hasta el 18 de noviembre de 1997.

 

La primera conclusión que se desprende al contemplar esta soberbia individual de obra última de Enrique Brinkmann (Málaga, 1938) es que la en apariencia desconcertante vuelta de tuerca operada en su evolución a partir de 1991-92, respondía a una resuelta y pensada aproximación a los presupuestos de la pintura pura, según insinuaban una incipiente depuración formal sin concesiones y una esencial preocupación en el tratamiento del espacio, liberado progresivamente de cualquier adjetivación retórica y entronizado como sujeto, cual verdadero protagonista de las cada vez más abstractas composiciones del pintor. De ahí que enjuiciar estos recientes trabajos, donde Brinkmann ofrece una incontestable madurez creadora y una inusual fidelidad a su genuina vocación entendida como un ejercicio pleno de autenticidad, esto es, desprovisto de coyunturales escarceos con la moda, sea también reconocer la serena valentía y el riesgo asumido por el autor cuando resolvió imprimir un giro decisivo a su producción   —demasiado estereotipada, quizás, hasta entonces en la apreciación del público y en la recepción crítica—   a principios de los noventa.

Si nos centramos en las piezas de gran formato   —lo que no debiera interpretarse como olvido de una original escultura simulando una silla, cuya grotesca forma conecta con el Brinkmann más expresionista, y un pequeño pero excepcional grupo de grabados, de exquisita elegancia en las líneas del dibujo, distendida y casi aérea distribución de las masas, concretadas en diminutos puntos, y absoluta maestría en el dominio de la técnica—, hay cuatro cuadros, realizados sobre lona o lienzo, en los que se encuentra contenida in potentia la postrera solución plástica de Brinkmann, y precisamente por advertirse en ellos las señales de un arduo proceso de investigación, ejemplificado en la pervivencia de los característicos filamentos de etapas anteriores, en el bosquejo casi irreconocible de la imagen orgánica y en el ensombrecimiento de los tonos (caso de Dos líneas amarillas, 1996), que culmina en la paulatina claridad e incluso fulgor de la paleta, en la economía y síntesis de los significantes y en la desmaterialización de la forma (Vertical de puntos  y Anecdotario vertical, ambos de 1996).

Aquella atrevida solución (Malla II, 1997), en cuya supuestamente lábil  naturaleza se esconden poderosas fuerzas centrípetas (por cuanto confluyen y son trascendidas las precedentes exploraciones) y centrífugas (al irradiar enormes posibilidades hacia el futuro), está constituida por tres grandes redes metálicas rectangulares juntas, la central de trama más gruesa, moteadas de emplastos de resina sintética con pigmentos de color, y unidas por hilos a un fino tubo de hierro, a su vez colgado del techo y separado del muro, acentuando de este modo la sensación de ingravidez y suspensión de la pieza que, en su transparencia vacía, casi intangible y prácticamente desnuda de materia pictórica, adquiere una personalísima dimensión etérea, trasunto de la elevación espiritual del actual Brinkmann.

©Enrique Castaños Alés

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 1 de noviembre de 1997