Depuración formal y búsqueda de lo esencial

 Los últimos grabados de Enrique Brinkmann

 

La exposición de grabados del pintor Enrique Brinkmann (Málaga, 1938) que ofrece la Casa Fuerte de Bezmiliana reúne un amplio conjunto de los realizados entre 1994 y el año en curso, la mayoría aguafuertes, aunque también se emplean en mayor o menor grado el barniz blando, la aguatinta y la punta seca, unas técnicas con las que el artista está familiarizado desde los años sesenta, pues casi desde el principio de su itinerario como pintor mostró un particular interés por la estampación calcográfica, en gran parte debido a la impresión que le causó el conocimiento de destacados grabadores alemanes y centroeuropeos ya a principios de ese decenio en el transcurso de un prolongado viaje por Alemania y otros países de Europa occidental, decisivo para su formación intelectual y artística, que finalizó en Colonia y Berlín, donde residió, aprendió grabado y colaboró con el grupo Fluxus.

Lejos de considerarla una actividad subordinada a la pintura, la obra gráfica le ocupa a Brinkmann largos periodos de trabajo cada cierto tiempo, cuando siente necesidad de sumergirse en esta misteriosa parcela plástica tan llena de secretos y tan predispuesta a las más fecundas investigaciones y a los más imprevistos hallazgos, y lo hace con una entrega absoluta, hasta el punto de que durante esos meses en que está realizando una determinada carpeta o una serie de obra gráfica abandona prácticamente la pintura, dejando plena constancia de la autonomía e independencia artística de la estampa, corroborada en todos los grandes maestros desde los tiempos de Durero.

El único grabado que se exhibe de 1994, en el que se ha empleado el barniz blando y el aguafuerte, y en el que aparecen marcas muy nítidas de escritura braille para ciegos, es un ejemplo representativo de los procedimientos técnicos usados por el pintor. Según puede apreciarse, está hecho con dos planchas de cobre: una que ofrece un color más amarillento, así como unas líneas en la estampación final que también son de ese tono amarillento, y otra que ofrece un color más oscuro y que es la que corresponde a los diminutos signos circulares y a las líneas oscuras de aspecto filamentoso. Si bien las dos planchas son trabajadas paralelamente, cuidando siempre la complementariedad entre ambas, una de ellas, en este caso la de tonalidad más oscura, es la que el artista considera como la principal, sirviendo la otra en cierto modo de complemento a ella. El proceso de trabajo es bien conocido: la plancha de cobre se cubre uniformemente con un tipo de barniz blando; a continuación, encima de la plancha con el barniz, se coloca un trozo de papel con escritura braille y se pasa con un rodillo; seguidamente, la plancha de cobre, en la que se han quedado las marcas de la escritura braille, se introduce en ácido controlando el tiempo de mordida; por último, se le da un barniz de aguafuerte y con una punta (en este caso una simple aguja de coser) se hacen las líneas de aspecto filamentoso.

La obra realizada tres años después, en 1997, presenta una clara evolución respecto al grabado anterior. Mientras que en éste las formas filamentosas se distribuyen con uniformidad por toda la superficie, en 1997 comienzan a aparecer amplias zonas vacías. En algunos casos, las formas se desplazan hacia los lados derecho e izquierdo del grabado, quedando tan sólo unos residuos filamentosos en la parte central, pero siempre equilibrando las masas, compensando las densidades de uno y otro lado. En otros casos, es una gran forma extendida que atraviesa la superficie de un lado a otro, a modo de línea del horizonte, separando el cielo de la tierra. En algunos grabados las formas se deshilachan, se esparcen frágiles y escuálidas por la superficie, reduciéndose todos los signos, los filamentosos y los característicos de la escritura braille. Un cuarto ejemplo de ese año parece un mapa secreto del cielo, con tres grandes luceros.

La poética de 1998 es muy similar a la del año anterior. En una de las piezas es apreciable su intencionalidad paisajística: una loma con ondulación suave bajo un cielo vacío. En otro predominan las masas color sepia arrinconadas en los extremos. Pero la gran novedad de este año es la aparición de letras y de palabras por la superficie, como uno en el que las palabras «lo simple», con caracteres de vieja máquina de escribir, se distribuyen por todo el plano. El artista está tan inmerso en la búsqueda de la sencillez, de la simplicidad esencial de las formas, que incluso lo escribe casi inconscientemente, lo rotura en la estampa.

En 1999, al menos una de las piezas es muy parecida a las de 1997. En otro caso, el contraste cromático, muy leve y sutil, se produce entre un predominante rojo burdeos y unas diminutas manchas verdosas. Aquí no hay ya filamentos, sino que observamos una masa más densa en unas zonas y menos en otras, producto quizás de haber hecho chocar la plancha contra una caja conteniendo clavos o cualesquiera otros objetos pequeños de metal. Espléndido es otro grabado, con residuos de escritura braille, que semeja un amplio cielo con cirros, de tal modo que hay bandas de manchas y formas azuladas, separadas de otras color sepia constituidas por palabras y frases indescifrables.

Los grabados realizados en 2000 y en 2001 presentan una gran unidad de concepto. En una de las estampas de 2000, el contraste se produce entre el gris y el negro, llevándole el afán experimental a presionar contra la plancha pequeños objetos de sección cuadrada o rectangular. En otros casos, combina signos musicales, escritura braille, números y fórmulas matemáticas, con predominio del azul (contraste azul-gris). En otro ejemplo, que forma parte de una carpeta colectiva de homenaje a los Disparates de Goya, están escritas las palabras «lo simple» y «disparates», emergiendo, en consonancia con el autor rememorado, una mancha informe, oscura y amenazadora. Por su lado, el único grabado expuesto de 2001, donde se emplea el aguafuerte, la aguatinta y la punta seca, presenta manchas grisazuladas y ocres, con una forma hacia el centro que delata la acción de haber lanzado tinta al azar sobre la superficie.

Lo más destacado de 2002, junto a unas piezas claramente informalistas y experimentales, son aquellas otras en las que aprovecha manuscritos originales de finales del siglo XVIII (en uno puede leerse la fecha de 1796), correspondientes a escrituras de compraventa, contratos o cualquier otro documento jurídico-administrativo, los empareja de dos en dos, los pega sobre grueso papel de estampar y sobre ellos graba líneas, números y masas informes, lo que les proporciona un aspecto arqueológico, pero también un peculiar contraste entre la cuidada caligrafía y los signos informales. En otras ocasiones, el concepto es el mismo, pero el documento original es, por ejemplo, la hoja de servicios de un determinado individuo, con lo que las rayas verticales y horizontales de la hoja le sirven desde el punto de vista plástico, aprovechándolas para organizar el espacio. La única intervención se reduce a desparramar manchas sobre el papel antiguo, como si el manuscrito estuviese manchado o deteriorado por el paso del tiempo.

También de 2002 es un magnífico grabado, de 64 x 50 cms de mancha, moteado de circulitos y filamentos, en el que se insinúa una escritura ilegible y cuyos tonos dominantes son el rojo y el azul. En otros aguafuertes del mismo año hay, en cambio, un mayor abigarramiento de los signos, o bien cambia el color y los tonos se oscurecen, con imperceptibles manchas de rojo. En 2003 de nuevo vuelve Brinkmann a la uniformidad distributiva de las masas en la superficie. Hay letras, palabras y frases que parecen sacadas de algún poema al azar. La estupenda carpeta de seis grabados hechos a sangre y que se titula Cuaderno de desbarajustes, está compuesta en tonos grises y en ella abundan las manchas, signos, palabras y distintas operaciones aritméticas, emplazados a veces sobre un fondo que es una trama de ancha cuadrícula.

La sabiduría técnica, los matices de color y la sutileza de los signos, el hermoso contraste entre las zonas densas y las superficies vacías, el aliento poético que envuelve el espacio compositivo, la elegante sensación de divertimento, la lejana evocación de una cartografía y un vocabulario misterioso y secreto, todos ellos son rasgos que convierten la obra gráfica reciente de Brinkmann en una de las más bellas e intensas del panorama plástico español actual.

© Enrique Castaños Alés

Publicado originalmente en el catálogo de la exposición individual de Enrique Brinkmann celebrada en la

Casa Fuerte de Bezmiliana (Rincón de la Victoria, Málaga) en agosto de 2003