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Levedad y transparencia Pintura. Enrique Brinkmann. Galería Javier Marín. Málaga. C/ Duquesa de Parcent, 12. Hasta el 24 de abril de 2004. Si la evolución de Enrique
Brinkmann (Málaga, 1938) desde principios de los noventa hasta ahora es insólita
y sorprendente, por la valiente y decidida orientación de su obra,
progresivamente más depurada, más despejada de añadidos innecesarios, el
recorrido experimentado durante los dos últimos años es todavía más
prodigioso y admirable, ya que no sólo se ha ido liberando todavía más si
cabe de aditamentos y casi cualquier indicio de anecdotarios, sino que se ha
hecho más inmaterial, leve, ingrávida, espiritual en suma. Sólo con dos de las
piezas que se exponen, y que están colocadas en la sala de la planta del nivel
de la calle, resulta suficiente y sobra para hacer con ellas una muestra del
artista: tanta es su calidad, su energía contenida y su fuerza creadora -potentísima-
oculta. Son, sin duda, dos obras maestras, dos piezas dignas de guardarse en un
museo y en las que Brinkmann se nos ofrece en la plenitud de su trayectoria como
pintor. En realidad, resulta difícil, sobre todo en una de ellas, ubicarlas en
la pintura, pues participan tanto de ésta como de la escultura. La más escultórica
es una obra exenta, tridimensional y colocada sobre un soporte, que mide en
total 230 cm de altura por un metro en su lugar más ancho, aunque no tiene prácticamente
profundidad, pues es plana. Presenta una forma ovoide y toda ella es una finísima
malla metálica agujereada con diminutos orificios y salpicada levemente de
pintura, la imprescindible para otorgarle una exquisita presencia al color. Al
pronto se acuerda uno de ciertas obras de Fontana, pero esto no tiene nada que
ver, dada su originalidad y sutileza; es como un velo espiritual, un velo del
alma que se interpone entre nosotros y la realidad, para que se nos transparente
y nos revele sus secretos, quizás los nuestros. La otra pieza, formalmente muy similar a la mayoría de las que integran la muestra, es como una inmensa caja de metacrilato donde la superficie de frente es una malla metálica de nuevo manchada de pintura, en la que los bordes están cerrados por aquel plástico ligero y donde el fondo es la pared, pero de tal modo que la potente iluminación que requieren estas obras proyecta sobre el muro las sombras de las manchas cromáticas, ofreciéndonos a cierta distancia un espectáculo extraordinario de disolución de la materia y transparencia luminosa. Es como un trozo del cosmos inserto en el espacio de la galería, o si se quiere como un acercarse a la imposible concreción del espíritu de la poesía. © Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 29 de marzo de 2004
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