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La madurez creadora de Enrique Brinkmann Pintura y dibujo. Enrique Brinkmann. Sala Alameda. Málaga. C/ Alameda Principal, 19. Hasta el 30 de abril de 2005. Los dos tipos de obras en que se divide esta magnífica exposición, las pinturas sobre malla metálica y los dibujos, correspondientes a los últimos cuatro años de su producción, corroboran ampliamente algo que ya se vislumbraba en la muestra individual de hace un año en la galería Javier Marín, que la pintura de Enrique Brinkmann (Málaga, 1938) se encuentra en plena madurez creadora, una vez que ha logrado despojarse, en un ejercicio ascético, antigrandilocuente y volcado hacia el silencio, de todo artificio o complicación innecesaria, interesándose únicamente por la pura materia, el espacio desnudo y el color, pero también, lo que es aún más sutil y difícil de plasmar en una composición, por los intersticios del espacio y los efectos casi imperceptibles de la luz sobre la superficie áspera de sus cuadros. Unos cuadros que en realidad no son cuadros, sino composiciones tridimensionales que guardan la apariencia de cuadros, pero en los que resulta esencial para su substancia artística, para su comprensión intelectual y para su goce estético el espacio que se interpone entre la malla metálica y la pared, un espacio impreciso e indeterminado, ingrávido y aéreo, en donde el artista coloca por ejemplo recortes geométricos de acetatos, con lo que a la transparencia primera originada por la incidencia de la luz sobre la tela metálica, se une una segunda transparencia, que parece transportarnos a la disolución completa de la materia y a una sensación perceptiva de las densas, pastosas y distantes pinceladas de óleo semejante al flotar de estrellas lejanas en la masa del cosmos. Estas bellísimas y sugerentes composiciones son también mapas espirituales, cartografías interiores que, aunque vistas a una cierta distancia parecen planos de ciudades en los que brillan algunos puntos diminutos, o bien esquemas de un trazado del suburbano con sus diferentes estaciones, en realidad constituyen a modo de itinerarios del yo, algo así como las diferentes etapas de un viaje silencioso en el que el hombre-artista se busca a sí mismo y trata al mismo tiempo de encontrar el vocabulario más adecuado para expresar ese misterio insondable del alma y de la naturaleza que nos rodea. Los dibujos vinculan el quehacer de Brinkmann con cierta estética oriental, más bien china que japonesa, sobre todo en aquellos tan refinados y poéticos realizados con grafito y tinta sobre papel Paperki como Hoja de loto, cuya suave bruma difuminada por la rugosa superficie del papel nos recuerda las líricas composiciones hechas con tinta de Chao Ta-nien, un pintor chino de finales del siglo XI caracterizado por la supresión de los primeros planos en sus paisajes y por el empleo de capas de bruma horizontales que dejan transparentar árboles más o menos concretos. Lo mismo Enrique Brinkmann: en sus dibujos las formas emergen como cubiertas por un sutil velo de la incorpórea neblina que lo inunda todo. © Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 1 de abril de 2005
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