Hacia la disolución de la materia

Pintura y dibujo. Enrique Brinkmann. Hacia la luz.

Museo Municipal de Málaga. Paseo de Reding, 1. Hasta el 18 de marzo de 2007.

En esta primera retrospectiva de Enrique Brinkmann (Málaga, 1938), en ciertos aspectos muy completa, aunque podrían haberse incluido algunas de sus esculturas de los sesenta, y cuyo único reparo tiene que ver con el excesivo número de piezas que el comisario, Juan Manuel Bonet, ha autorizado exhibir en la muestra, se ponen meridianamente de manifiesto dos cosas importantes: en primer lugar, que Brinkmann es casi con toda seguridad el artista vivo más importante que hay en Málaga, con una sólida proyección nacional e incluso internacional, y, en segundo lugar, que es un artista cuya obra ha ido ganando indiscutiblemente con el tiempo, pero además lo ha hecho en un sentido muy esencial, muy auténtico y verdadero para un creador, esto es, como un proceso de depuración, de limpieza, de elevación espiritual e intemporal, como una progresiva desmaterialización e ingravidez del objeto cuadro, como, en suma, una reducción esencialísima al concepto de espacio, que es, al fin y al cabo, el concepto supremo de la pintura.

Sus inicios, jovencísimo, con diecinueve años, lo muestran ya como un autor preocupado por la alienación y el sufrimiento, por la angustia existencial, en lo que se percibe una clara influencia, no sólo, naturalmente, del expresionismo del área germánica, incluso de buena parte del arte alemán desde la tardía Edad Media, sino también de febriles lecturas de Dostoyevski y posiblemente de Kafka. Ese interés complementario por el dibujo con tinta china, con esa línea enmarañada y filamentosa, dramática y oscura que lo distingue desde el principio, atendiendo a los aspectos psicológicos y del inconsciente, es algo indisociable con los personajes claramente informalistas, porque la influencia en Brinkmann ha sido mayor del informalismo europeo, de Wols, del Grupo CoBrA, del art brut de Dubuffet, que del expresionismo abstracto americano.

Los años finales de los sesenta, todos los setenta y los primeros ochenta están dominados por una heterogénea influencia proveniente del surrealismo histórico y de la figuración fantástica primordialmente, aunque continúan entreverándose elementos informales y de raíz subjetivista. Pintura muy elaborada la de esos años, con un  alto grado de regusto en el empleo de los pigmentos y los materiales, sin duda con ecos de la pintura matérica de Tàpies y otros artistas. Desde la segunda mitad del decenio, las formas tienden a disolverse, los espacios a abrirse, apareciendo cada vez mayores claros en sus lienzos.

Desde 1992 se opera en Brinkmann una transformación profunda, una incesante aireación y disolución de la materia que halla, a partir de 2000, una concreción esplendorosa en las telas metálicas, obras de una fuerza extraordinaria, y, al tiempo, de una evanescencia antiterrestre sorprendente. Este Brinkmann de las mallas metálicas salpicadas de materia pictórica, de los metacrilatos y de los mapas secretos del alma, es el mejor Brinkmann, un pintor sabio, investigador, exquisito y de una nada autocomplaciente madurez creadora.

 

 

© Enrique Castaños Alés

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 2 de febrero de 2007