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La metamorfosis de la realidad en la pintura de Patricio Cabrera Pintura. Patricio Cabrera. Érase una vez un viajero. Galería Alfredo Viñas. Málaga. C/ José Denis Belgrano, 19. Hasta el 15 de enero de 2010.
A pesar de ser uno de los más destacados exponentes de la pintura sevillana que se dieron a conocer en el decenio de los ochenta a través de las muestras en la Galería La Máquina Española y de la difusión cultural en torno a la revista «Figura», Patricio Cabrera (Gines, Sevilla, 1958) todavía no había celebrado ninguna individual en Málaga, donde sí lo han hecho pintores de esa hornada como Rafael Agredano, Curro González (ambos en este mismo espacio privado) o Guillermo Paneque (en el CAC Málaga). Más incluso que la de sus compañeros de generación, la obra de Cabrera siempre ha sido de difícil lectura por su carácter polisémico y por su referencia cifrada a la realidad, haciendo uso simultáneamente de signos convencionales, que representan cosas muy diferentes de lo que aparentemente insinúan, y de signos abstractos, elementos que a veces indican la influencia lejana y tamizada de Luis Gordillo. Obra abierta, en el sentido otorgado por Umberto Eco, obra de connotaciones barrocas, por las superposiciones de registros que encierra, por la densidad iconográfica y por la simbología irónica, la pintura de Cabrera necesita de lectores que se detengan en ella y hagan un esfuerzo por interpretarla. Esta obra, de otro lado, siempre ha mantenido una complicidad con el paisaje surrealista y con el dibujo como finalidad, en ningún caso como instrumento. Mucho de todo eso puede observarse en esta muestra, dedicada en una visión inmediata al paisaje, pero con diversos significados. La exposición tiene como «leitmotiv» el viaje, presentado generalmente a través de una abertura dentro del cuadro por la que se ve un navío, un barco que casi siempre está zozobrando o a la deriva, rodeando en cambio a la ventana una vegetación exótica o tropical, con insectos, pájaros y flores. A veces el viaje no satisface nuestras expectativas, o bien se produce el riesgo de perderse, de no terminar encontrándose uno a sí mismo. El uso de la témpera y el soporte de cartón aún valoran más la presencia del dibujo, enfatizado como un ejercicio minucioso y delicado. Sin embargo, los cuadros más enigmáticos son aquellos en que se representan dos registros, uno inferior y otro superior, todo ello simulando una plantación de tubérculos o la madriguera subterránea de un animal. Lo más desconcertante son las formas de vivos colores, rodajas compuestas de signos abstractos, que se hallan ocultas bajo tierra, que podrían interpretarse como un tesoro celosamente guardado. Este tesoro es el de las formas del arte, pleno de variaciones, distinto a la realidad, puesto que es una realidad inventada, imaginada. Esas formas siempre proceden, aunque se inspiren en la realidad exterior, del interior del artista, el cual puede guardarlas inconscientemente. Metáforas de los deseos y de los afanes de los hombres, las imágenes de Patricio Cabrera, muchas veces reutilizadas a partir de ilustraciones de libros antiguos, tratan, mediante la ironía, la duda y el cuestionamiento de nuestras certezas, de sortear el dramatismo que casi siempre comporta la existencia.
© Enrique Castaños Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 12 de diciembre de 2009
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