Una forma de vida

Para el estadounidense Harry Callahan la fotografía es una manera de vivir y de comprender la realidad

Fotografía. Harry Callahan.

Sala Alameda. Málaga. C/ Alameda Principal, 19. Hasta el 28 de enero de 2001.

La primera relación de Harry Callahan (Detroit, Michigan, 1912 – Atlanta, Georgia, 1999) con la fotografía, hacia finales de los años treinta y a través del Detroit Photo Guild, fue en cierto modo casual y ajena, debido a su escaso bagaje intelectual de entonces y al desconocimiento casi completo del medio, a cualquier idea preconcebida tanto desde el punto de vista técnico como estético, aunque el rápido despertar de una pasión que no Harry Callahan. "Eleanor", 1942. Gelatino-bromuro de plata. 21,3 x 16,7 cms. Cortesía Pace/MacGill Gallery. abandonaría ya durante el resto de su vida, su mirada profundamente intuitiva y el descubrimiento impactante de la obra de Ansel Adams, unido a una inagotable capacidad de trabajo, el gusto por lo sencillo y la constante preocupación por la perfección técnica, terminarían haciendo de él uno de los mejores fotógrafos estadounidenses del siglo veinte, contándose algunas de las imágenes captadas por su cámara entre las más poderosas, formalmente perfectas y capaces de provocar la emoción de lo auténtico y verdadero de toda la fotografía contemporánea.

A lo largo de su dilatada carrera, Harry Callahan trabó amistad y conoció la obra de destacados artistas, como por ejemplo Stieglitz, Aaron Siskind, Moholy-Nagy, Mies van der Rohe y Stuart Davis, y si bien hay que reconocer que en algunos casos y en determinadas circunstancias influyeron en su trabajo, del mismo modo que su amplia actividad como profesor de fotografía en el Institut of Design de Chicago, primero, y en la Rhode Island School of Design, más tarde, supuso para él una enriquecedora experiencia y un aprendizaje permanente, permitiéndole entrar en contacto con la vanguardia artística de su país y también de Europa, ninguna experiencia resulta comparable al efecto catártico y liberador de aquel primer y decisivo encuentro con la obra de Ansel Adams, en el fondo un descubrimiento deslumbrante de la naturaleza y una advertencia en el sentido de que hiciese lo que hiciese debía efectuarlo sin traicionarse nunca a sí mismo, razón principal por la que sus fotografías ofrecen esa rara coherencia e incluso esa dimensión ética que las convierte en realizaciones clásicas del espíritu. Su repertorio temático, bien se trate de paisajes naturales, paisajes urbanos y retratos, incluso los que están hechos con una técnica más experimental, caso de las exposiciones dobles y múltiples, de las fotografías con extremos contrastes, desenfocadas o realizadas con la cámara en movimiento, transmiten siempre un ferviente amor por la vida y un profundo respeto por el objeto fotografiado, inigualables cuando su atención se centra en el cuerpo y en el rostro de su esposa Eleanor, imágenes de extraordinaria belleza, unas veces perturbadoras y casi oníricas, con indudables resonancias simbólicas o conscientemente inspiradas en los grandes maestros de la pintura, otras veces de una sencillez y armonía compositiva, de una elegancia formal y tan serenos rasgos faciales que se erigen en arquetipos estéticos y morales de la mujer. Tampoco se le escapó a Callahan capturar el pálpito vital y el ajetreo de la gran ciudad, con ese desfile de autómatas, de rostros anónimos, ensimismados, fiel siempre a aquella máxima estética de que menos es más, de que la belleza se alcanza a través de la sustracción.

©Enrique Castaños Alés

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 20 de enero de 2001