El museo imaginario

Los cuadros de Cristina Cañamero recrean el paisaje visual de la vanguardia histórica.

Pintura. Cristina Cañamero.

Galería Alfredo Viñas. Málaga. C/ José Denis Belgrano, 19. Hasta el 8 de enero de 2001.

 

Hace justamente un año y medio nos sorprendía Cristina Cañamero (Campillos, Málaga, 1970) en este mismo espacio con una propuesta pictórica desenfadada y desinhibida en la que, a partir de una estética cercana al pop americano, articulaba un discurso irónico y crítico sobre el mundo de la moda y de la imagen publicitaria. En tan corto período de tiempo su lenguaje ha consolidado muchos de los recursos precedentes, pero también ha introducido originales novedades de narrativa y de estructuración del espacio compositivo. Las referencias de entonces a la tradición artística occidental, en ocasiones deliberadamente imprecisas, se convierten ahora en descaradas irrupciones en autores y cuadros fundamentales de la vanguardia histórica del primer tercio de siglo, a modo de un personal museo imaginario en correspondencia con los estados anímicos de la pintora; las modelos anoréxicas presentes en su producción de 1999 han sido suplantadas por figuras femeninas de buscada e intencionada sensualidad, alejadas de cualquier sectarismo feminista; el espacio del cuadro se ha hecho más denso y barroco, más cargado de tensión y de expresividad, sin apenas conceder oportunidad a aquellas zonas libres y vacías por donde anteriormente se escapaba la mirada del espectador o donde podía descansar de la inmediatez de las imágenes; el humor y la ironía, la desenvuelta actitud de las figuras, si bien continúan estando presentes en algunos de los cuadros, parecen ir cediendo terreno a un estado espiritual más contemplativo, más volcado en el ensimismamiento y en la pura subjetividad del ser, quizás en conciliación con la propia evolución anímica de la autora.

Pero lo radicalmente nuevo es el uso que Cristina Cañamero hace de esos conocidos iconos de la vanguardia heroica a que antes me he referido, el fecundo diálogo entre las figuras y los cuadros que les sirven de fondo o incluso dentro de los cuales se sitúan. Aleccionador es a este respecto una de las más conseguidas obras de la muestra, Intrusión adolescente en gran interior rojo, en la que una atractiva muchacha llena de sensualidad, abandona indiferente y decidida esa prodigiosa fiesta cromática matissiana, después de haber entrado en la cálida habitación y haber cogido con desvergonzado desparpajo el ramillete de flores que lleva en su mano, la misma displicencia que advertimos en Pasando de largo ante la gran obra maestra, liberadora catarsis frente a la apabullante creatividad del genio picassiano. Jovial y alegre es también El día más feliz de mi vida, un reencuentro con los bulliciosos y felices momentos de la adolescencia sobre un fondo multicolor en movimiento sacado de un cuadro de Robert Delaunay. Sin embargo, son las obras vinculadas a Munch, a De Chirico, a Ernst y a Rothko, con esa melancólica presencia de la meditación y la contemplación ensimismada, donde Cristina Cañamero parece reencontrarse más consigo misma y con la inefable seducción de la pintura, acomodando las formas y las actitudes femeninas al objeto estético que las embriaga. Ausencia de frivolidad y de ligereza que encuentra su más alto exponente en ese maravilloso collage titulado Alicia ante lo absoluto, lograda síntesis del misterio de la obra de arte.

©Enrique Castaños Alés

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 23 de diciembre de 2000