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La presencia natural de las cosas Pintura. Joan Capella. Galería Nova. Málaga. Paseo de Sancha, 6. Hasta el 6 de febrero de 2002. En tiempos como los actuales, en los que
una proporción nada desdeñable de la creación plástica y en los que parcelas
cada vez más amplias de lo que tradicionalmente se ha considerado el mundo
privilegiado de la alta cultura, han terminado convirtiéndose en obsceno espectáculo
mediático y casi exclusivamente mercantil, en vacío y estúpido
entretenimiento, como si el cultivo del intelecto, la producción y difusión
del conocimiento, tuviesen por necesidad que equipararse, para captar la atención
del público, con el contenido y esquema de funcionamiento de un parque de
atracciones, que a eso es a lo que se parecen las recientes sucursales de
prestigiosas instituciones museísticas que se han construido en Las Vegas, en
esta desorientada época, decía, constituye cada vez una oportunidad más
excepcional la contemplación de un arte sosegado e íntimo, dirigido tanto al
deleite de los sentidos como a la formación del espíritu. A esta rara y casi extinguida progenie pertenece la pintura de Joan Capella (Montcada i Reixac, Barcelona, 1927), más vinculada, como con precisión crítica ha señalado Rafael Santos Torroella, con el cubismo sintético de Juan Gris que con el analítico de Picasso, aunque también con la exquisita figuración lírica de las naturalezas muertas de Braque, y, sobre todo, con algunos de los más conspicuos representantes de la llamada Escuela Española de París, caso de Bores, Joaquín Peinado y Viñes, con los que Capella estuvo en contacto durante su estancia en la capital francesa entre 1965 y 1972. Circunscritos a unos pocos pero esenciales temas, como por ejemplo los interiores con figuras, el bodegón y el paisaje, los óleos de Capella se caracterizan por una sólida estructura compositiva que, sin embargo, acaba disolviéndose en un espacio subjetivo intensamente poético en el que, como dijese Juan Gris en 1925 a propósito de su propia pintura, se logra la «síntesis gracias a la expresión de las relaciones entre los objetos mismos». La delicadeza y sutileza extraordinarias de la gama tonal fría, aplicada en suaves veladuras y con un dominio absoluto en el uso de la espátula, proporciona a estos cuadros una leve y casi imperceptible atmósfera de misterio cuyo origen se halla en un íntimo trato amoroso con las cosas, en una silenciosa y calmada comunicación con lo más auténtico de su ser, que se nos revela como un milagro callado y ausente. Tanto en las sobrias y vacías callejas de un pueblo cualquiera, con unos cuantos árboles pelados y los netos volúmenes de las casas orientados en fugaz perspectiva hacia el fondo, como en esas figuras femeninas sentadas alrededor de una mesa y construidas con una asombrosa economía de medios en sus rasgos esenciales, o en las naturalezas muertas realizadas con los elementos precisos e indispensables, se percibe una dichosa y bienaventurada alegría interior, que, aunque animada externamente por algunos motivos decorativos, resulta demostrativa sobre todo de un armónico equilibrio vital y un saludable diálogo con el mundo y sus criaturas. ©Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 29 de enero de 2002
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