Entre lo vivido y lo soñado

Pintura y dibujo. Darío y Rafael Carmona.

Centro Cultural Provincial. Málaga. C/ Ollerías, s/n. Hasta el 7 de enero de 2006.

Desde hace algo más de dos decenios venimos asistiendo a una recuperación lenta pero constante de la contribución, no sólo de las figuras más destacadas del Arte Nuevo en España, sino también de otras que, no por menos relevantes, no resultan asimismo importantes y significativas para reconstruir la plástica de vanguardia en España durante los años veinte y treinta, sin óbice de aprovechar la oportunidad de su reconocimiento para mostrar la trayectoria vital y artística completa del homenajeado. Este es el caso de los dos hermanos Darío y Manuel Carmona, a quienes el Centro Cultural Generación del 27 dedica una interesante exposición monográfica desde sus primeros dibujos y pinturas hasta sus últimas realizaciones. Tanto Darío (Santander, 1911 – Quito, 1976) como Manuel (Barcelona, 1916 – Zaragoza, 2001), a pesar de que nacieron en lugares tan distintos como consecuencia de la profesión militar de su padre, estuvieron desde muy pronto vinculados a Málaga, donde Darío fue el primero en ponerse en contacto con Emilio Prados en 1927, y, de ahí, con el grupo que editaba la revista Litoral, principalmente con Manuel Altolaguirre. De su época de estudiante de Bachillerato en Málaga, Darío hizo íntima amistad con José Luis Cano y con Tomás García, formando lo que ellos humorísticamente llamaban el trío Tomcadari, que además de participar en tertulias en la casa de Prados y de acompañar a Prados y a Altolaguirre a visitar barrios populares de Málaga, ayudaban en la imprenta Sur en la elaboración de Litoral. Poco a poco, Emilio Prados va introduciendo a ambos hermanos en la poesía y en el arte de vanguardia, especialmente en la estética surrealista, que sería finalmente la que ellos terminasen abrazando.

Entre los personajes que tuvieron oportunidad de conocer en Málaga, gracias a la relación con Litoral, hasta el traslado de la familia a Madrid en 1934, estuvieron García Lorca, Cernuda, Moreno Villa, Buster Keaton, Gala y Dalí. De la fugaz relación con Keaton, quien llegó a alojarse en el hotel Hernán Cortés de la Caleta, cuentan ambos hermanos una sabrosa anécdota referente a cómo se ganaron unos dólares lavando el coche del genial actor, pero las más sugestivas fueron quizás las experiencias vividas con Gala y Dalí en Torremolinos, adonde llegaron a mediados de abril de 1929 invitados por el poeta José María Hinojosa, alojándose en el Castillo del Inglés o de Santa Clara. Desde ahí, cuentan ambos hermanos, bajaban con Dalí y Gala a la playa, quedándose asombrados de que Gala tomase el sol con los pechos desnudos. Dalí, por su parte, que a veces se quedaba pintando en la casa, estaba por entonces realizando su excelente cuadro El hombre invisible, en la más pura estética surrealista. En Madrid entablarán relación con Gregorio Prieto, Alberto Sánchez, Neruda, Miguel Hernández y, sobre todo, con Alberti y María Teresa León. Allí harán diversos trabajos hasta que estalla la guerra civil y son movilizados por el ejército republicano. Darío, que fue corresponsal de guerra, terminará exiliándose en 1938, mientras Manuel, que llegó a ser comandante, es detenido, hecho prisionero, condenado a muerte y finalmente conmutada la pena. Más tarde conseguirá la prisión atenuada y el destierro, trabajando en España hasta 1949, año en que consigue embarcar rumbo a Chile, donde se encontrará con su hermano Darío. Manuel acabaría dedicándose más intensamente a la pintura, no sin desempeñar múltiples trabajos relacionados con organismos científicos y culturales, mientras que Darío ejerce como corresponsal. Este último abandona Chile después del golpe militar de 1973, reencontrándose con su hermano en España. Su último año de vida lo pasó en Ecuador.

Los dibujos de Darío, tanto los de los años 30 como los de los 50 y 70, nos sumergen en una atmósfera surrealista, cuyo paradigma puede ser esa Pareja discutiendo a Gaudí en la que de ambos surgen unos cuernecillos con forma de torrecillas florales como las de la Sagrada Familia de Barcelona. En cuanto a Manuel, su pintura es entre naïf y ligeramente surreal, introduciéndonos en un mundo onírico con personajes muy estilizados que habitan un paisaje poético y soñado.

© Enrique Castaños Alés

Publicado originalmente en el diario Sur  de Málaga el 2 de diciembre de 2005