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Transgresiones lucrativas Considerados por algunos como los bad boys del arte británico, los hermanos Dinos y Jake Chapman, nacido el primero en Londres en 1962 y el segundo en Cheltenham en 1966, ni se ven a sí mismos como «chicos» ni tampoco como «malos», aunque sí admiten la carga de irreverencia, provocación y escándalo que suele haber detrás de todas sus convocatorias. Dados a conocer a principios de los noventa del siglo pasado, en cierto modo son unos epígonos tardíos del assemblage y del neodadaísmo de mediados los cincuenta, aunque en su caso hay una carga irónica y humorística desconocida en ambas tendencias, e incluso un salto en el vacío de signo nihilista que de alguna manera también cuestiona irreparablemente el concepto y el status de eso que se ha dado en llamar obra de arte. Instalación, escultura, dibujo y grabado. Jake & Dinos Chapman. Centro de Arte Contemporáneo. Málaga. C/ Alemania, s/n. Hasta el 25 de julio de 2004. Las diversas piezas que
componen esta primera exposición de los hermanos Chapman en España, realizadas
en los últimos cuatro años, constituyen un repertorio bastante completo no sólo
de sus procedimientos técnicos y de sus métodos de trabajo, sino también de
sus intereses artísticos y de los orígenes espirituales y estéticos de su
propuesta. Herederos en última instancia de la actitud antiartística propia de
Dadá, con lo que ello suponía de desacralización y pérdida intencionada del
carácter aurático de la obra de arte, los Chapman se encuentran mucho más
cerca del lenguaje y del espíritu del assemblage y del neodadaísmo de
mediados los cincuenta, especialmente de algunas obras de Robert Rauschenberg y
de Edward Kienholz, que pueden ser considerados como sus mentores directos. En
otro sentido, también recuerdan algunos gestos de Warhol y, sobre todo, de Dalí. Entre
los rasgos que les vinculan al neodadaísmo, y que están presentes sobre todo
en la instalación Rape of Creativity, deben destacarse la fragilidad física
de los materiales, el carácter efímero de la obra de arte y la relación de ésta
al mismo tiempo con la «estética del desperdicio», que son propiamente
características de la subtendencia del funk art. Pero también puede
hablarse en general de elementos humorísticos que ridiculizan el sexo, la
muerte o el arte. Asimismo, hay vínculos con el shocker pop,
literalmente «pop destructivo», tanto en lo que se refiere a la eliminación
consciente del concepto romántico de belleza como en la introducción de
categorías como lo obsceno y en la no prohibición de lo asqueroso, repugnante
o monstruoso. Bastaría citar obras como Interview, Canyon y Monogram,
las tres de Rauschenberg, para corroborar lo que decimos. La última citada, por
cierto, ofrece como elemento principal el cuerpo de una cabra embalsamada que
sin duda ha sido tenido en cuenta al confeccionar ese extraño híbrido entre
cabra y perro de la mencionada instalación de los Chapman. La
relación con Dalí se refiere más bien a la fabricación cuidadosa de la
propia imagen, a la creación del personaje, que en el caso de los Chapman estaría
más bien relacionada con la provocación y con el escándalo y que, en
cualquier caso, es una forma de ocultación, de disolución de la propia
personalidad para que no sea posible ser identificada. Esta adhesión al escándalo
también remite a Bataille, en especial a ese personaje suyo de Histoire de
l’œil que dice: «Sólo deseaba hacer vacilar a mi familia, enemiga
irreductible del escándalo». Bastaría sustituir «familia» por público
burgués y biempensante. Pero esta muestra nos enfrenta a otras reflexiones y análisis. Aquí es suficiente con enumerarlas. En primer lugar, la preocupación obsesiva por la perfecta terminación de los acabados de los materiales, induciendo a la confusión deliberada, como cuando el espectador cree que el bronce pintado es vulgar plástico de un colchón de playa o barro húmedo listo para ser modelado; la manipulación e intervención de la obra de arte original, por ejemplo de una tirada controlada de la serie de los Desastres de la guerra de Goya, con lo que además de suprimir cualquier adscripción nacional o histórica de los célebres grabados, «corrigen», «amplían» y «enriquecen» la obra de uno de sus referentes básicos, no por su calidad plástica, sino por su visión descarnada de la crueldad humana; la amarga ironía, el humor negro y la desesperanza que se esconden ante el aparente desenfado y ridiculización de la obra de arte egregia, por ejemplo de uno de los más espantosos aguafuertes de la serie goyesca, convertido por los Chapman en escultura de bronce pintado a gran escala, dando la sensación de que estamos ante una versión grotesca y gore del cuento de la casita de chocolate: si para David la Historia era el escenario donde actuaban los hombres íntegros, como Marat asesinado, que se convierte en estatua y entra en la Historia antes de ser descubierto su cadáver, si para Goya la Historia es una horrenda mezcolanza de sangre y barro, como en los Fusilamientos, para los Chapman la Historia no parece conducir a ninguna salida, no merece que nos pongamos serios ante ella, sólo puede ser tratada desde la banalización, que en cierto modo es el reconocimiento del fracaso ante el ideal; la impotencia, en fin, del artista, la imposibilidad del acto creador, metafóricamente representado por esa mano cortada y ensangrentada que lleva en su boca el híbrido animal de Rape of Creativity, seccionada por el propio escultor incapaz de terminar su obra, un sutil homenaje, quién sabe, a Van Gogh y la angustia de la creación artística. © Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 14 de mayo de 2004
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