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De analogías y paradojas Pintura. Ángel Mateo Charris. Analógico. Galería Alfredo Viñas. Málaga. C/ José Denis Belgrano, 19. Hasta el 22 de junio de 2009.
Conocido desde 1986, la carrera artística de Ángel Mateo Charris (Cartagena, Murcia, 1962) se empezó a consolidar hacia 1992, cuando realizó sus primeras exposiciones importantes, habiendo alcanzado en la actualidad uno de los puestos más relevantes entre los pintores figurativos españoles. Heredero de una tradición que hunde sus raíces en el laboratorio figurativo y simbólico de los últimos decenios del siglo XIX y primer decenio del siglo XX, especialmente en Francia, con autores como Maurice Denis, Odilon Redon y el suizo Félix Vallotton, pero también deudor de la constelación icónica a la que pertenecen pintores como Edward Hopper y René Magritte, los lienzos de Charris parece como si tratasen de poner en cuestión nuestras certezas, proponiendo paradojas visuales y situaciones perturbadoras o que generan algún escondido desasosiego, sin renunciar a la analogía, esto es, a la correspondencia entre diversas lecturas humanizadas del mundo, pues si algo es ajeno al universo del pintor murciano es el entusiasmo tecnológico. En este sentido, Charris emerge en el panorama de los últimos años como un espécimen raro, un poco a contracorriente, en cierto modo custodio de una tradición que no se resigna a desaparecer por completo pero que probablemente tenga los días contados. Su pintura limpia y nítida, de pincelada clara, transparente unas veces, espesa y opaca otras, refleja, como si dijéramos, el carácter no aburrido de la cotidianidad. Como si el transcurrir de las horas y de los días no estuviese presidido por la rutina o la monotonía, sino que estuviese aderezado por lo imprevisto y lo sorprendente. El cuadro, en este aspecto, que mejor recoge las intenciones estéticas e intelectuales del pintor, quizá sea el titulado Desasosiego, cuyo protagonista, aunque semeja ser un personaje de los cuadros de Hopper durante los años de la Depresión, oculta también algo procedente de los heterónimos de Pessoa; en cualquier caso, se trata de un empleado, un viajante, un representante, o lo que sea, que se dirige, o así lo parece, con paso firme hacia un acantilado, para precipitarse en el vacío. ¿Es el vacío de la existencia el que lo conduce a tan radical decisión? La nota discordante, diríamos que incluso perversa, es la cara sonriente del fondo, que convierte una decisión trágica en un acto tragicómico. Los encuadres casi fotográficos de otras composiciones, como Seattle, o la referencia magrittiana, caso de El ojo que pinta, se complementan con el poder simbólico de imágenes como La ruina de la colina o L’Odysèe, hermosa composición de atmósfera onírica, submarina y neorromántica que ve en la vida una aventura en la que hay que bajar a las profundidades, es decir, adquirir determinados compromisos.
© Enrique Castaños Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 12 de junio de 2009
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