|
El peso de la tradición Pintura. Juan Charro. Galería Nova. Málaga. Paseo de Sancha, 6. Hasta el 2 de febrero de 2005. Formado en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Sevilla, donde se licenció en 1988, Juan Charro (Sevilla, 1965) ha cultivado durante cierto tiempo una pintura volcada en el detalle y en la ejecución minuciosa claramente influida por el aspecto tangible y físico de los objetos de los cuadros de los primitivos flamencos, especialmente Jan van Eyck, aunque sin participar de esa escondida espiritualidad y esa metafísica o trascendencia de las cosas corrientes que parece impregnar las composiciones del renacimiento flamenco. En el último año, en cambio, la obra de Juan Charro se muestra más orientada por recuperar una tradición paisajística que abarcaría sobre todo la estética del cambio de siglo en España, esto es, entre 1880-85 y 1920-25, una estética en la que caben sensibilidades tan diferentes como las de Santiago Rusiñol, Joaquín Mir o Joaquín Sorolla. Sin embargo, no siempre acierta en la elección de los elementos y conceptos más renovadores y actuales ofrecidos por ese encomiable conjunto de artistas. En este sentido, las obras menos conseguidas son aquellas en las que define excesivamente el dibujo o en las que se entrega a una poética costumbrista, mientras que las más logradas suman diversos aciertos, principalmente el encuadre compositivo y la frescura y espontaneidad en la aplicación del color. Dos ejemplos bien representativos de lo que decimos son Bobastro y Boceto para ‘Las Meninas’. El primero es una deliciosa vista de uno de los ángulos del paisaje urbano más bellos de Málaga, el comienzo de la subida a Monte Sancha, insinuándose el pintoresco callejón que da nombre al cuadro y viéndose también parte de esa espléndida mansión que nos ha cautivado desde niños que es La Bougainvillea. Lo mejor, digo, es el encuadre, pero también hay que ponderar el contraste entre el muro de piedra de la derecha, la pared pintada de un añejo amarillo y el ladrillo de la casona, así como el efecto de la luz y de las flores que conceden una vitalidad primaveral a este rincón malagueño. Es una obra que recuerda sin duda las acuarelas de Ángel Luis Calvo Capa sobre los barrios residenciales del este de la ciudad. El segundo ejemplo adquiere su verdadera dimensión cuando lo comparamos con el cuadro definitivo. El boceto, una acuarela, gouache y tinta sobre papel, ofrece una ejecución a base de manchas de una sincera espontaneidad, en la que se percibe una realización in situ, en la propia galería principal del Prado. En cambio, el cuadro presumiblemente definitivo está, como si dijéramos, más forzado, además de que se permite una nota anecdótica o si se prefiere humorística demasiado fácil: bajar a Esopo del cuadro velazqueño y convertirlo en un atento visitante más de la exposición sobre el retrato español.
© Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 21 de enero de 2005
|