Eugenio Chicano y la memoria del paisaje

 

Enrique Castaños Alés

 

 

«Hemos visto costas encantadoras. Menorca, Mallorca, Málaga, las costas del reino de Granada, Gibraltar y Algeciras».

(De una carta de Eugène Delacroix a Pierret. Frente a Tánger, 24 de enero de 1832)

 

 

 

Había pensado titular estas líneas Paisajes del reencuentro, ya que, si bien Eugenio Chicano (Málaga, 1935) no ha dejado nunca de pintar, y, contra lo que pudiera parecer, su ejercicio del dibujo y de la pintura ha sido en cierto modo más intenso desde que desempeña un destacado cargo público en el ámbito cultural de nuestra ciudad (adviértase la naturaleza esencial de la actividad plástica, un complejo mecanismo de operaciones intelectuales, visuales y manuales, estructuradas y armonizadas como obra de arte gracias al concurso de la facultad creadora, pero donde el trabajo estrictamente manual puede verse necesitado de periodos de «descanso», esto es, reflexión y autocrítica sobre lo ya realizado, de lo cual es muy probable que salga fortalecido y rejuvenecido; con todo, insisto, Eugenio Chicano no ha interrumpido en los últimos seis años significativamente su tarea pictórica en términos productivos), también es verdad que un considerable número de obras expuestas desde el 20 de mayo en la individual que le dedica la galería Alfredo Viñas, deben ser leídas como una mirada al mismo tiempo retrospectiva y decididamente orientada hacia el futuro sobre los orígenes más puros de su quehacer artístico, sobre su más profunda vocación como pintor, esto es, el íntimo gusto por el fresco, suelto y libre despliegue en el soporte del color, la forma, el contraste lumínico, la ordenación del espacio.

Lo que quiero decir es que los paisajes recientes de Eugenio Chicano, algunos de ellos espléndidos, sortean con inteligencia, exquisita elegancia y hábil dominio del oficio el periodo más característico de su producción  –el del llamado «realismo crítico» y «crónica de la realidad», cuyos iconos, fácilmente asimilables al lenguaje del pop, están muchas veces compuestos a base de colores planos y un fuerte predominio de las líneas del dibujo, ejecutado con contornos precisos, de evidentes resonancias cartelísticas, por no hablar del elevado tono ideológico o de la dependencia respecto a otras fuentes icónicas, especialmente la literatura y el cine–, en un auténtico tour de force estilístico de raíz y sentido complementarios: de un lado, por lo que atañe a su raíz, certifican un triple reencuentro, con el puro goce del acto de pintar, con la naturaleza, tomada ahora por el artista como modelo casi exclusivo de sus creaciones, elaboradas muchas de ellas en plein air, y con ciertos pintores como podrían ser algunos impresionistas franceses (cuya influencia se advierte más en la composición y el encuadre que, por supuesto, en la técnica usada para aplicar el color), algunos nombres de la Escuela de París, y, si me apuran, el olvidado pintor belga Constant Permeke, según revela la importancia concedida a los negros y el tratamiento de las masas de ese mismo color; de otro lado, en lo que se refiere al sentido, los paisajes de Eugenio Chicano son el lúcido resultado de la tensión dialéctica entre su pasado formativo como pintor y el estado actual de su evolución creadora, que nos descubre un artista en plena madurez, capaz de resolver con notable sabiduría plástica los múltiples problemas de los temas que escoge; un artista, a fin de cuentas, que analiza con mirada crítica y desprejuiciada el pasado y se proyecta de manera limpia, sin complejos y con decisión hacia el futuro.

Las obras expuestas, fechadas entre 1990 y 1993, constituyen tan sólo una pequeña aunque selecta muestra de los numerosos trabajos realizados por Chicano desde el comienzo de la década. Los más antiguos, cuatro dibujos de las playas de Nerja fechados en 1990, sorprenden por la sencillez de medios empleados, unas pocas y firmes líneas trazadas con carboncillo cuya silueta se recorta sobre un fondo neutro de color gris, el mismo del cartón que sirve de soporte. Estos fondos, a su vez, hacen resaltar los vivos tonos azulados y celestes con que se representa el mar, sosegada fuente de luz. Hasta 1992, la sencilla técnica de estos primeros cartones evoluciona con ritmo sostenido, y así, junto a la predilección ahora del pintor por los nocturnos, con su variada gama de reflejos en la quieta masa del Mediterráneo, vemos extenderse las notas cromáticas sobre la superficie del papel, dispuestas a manera de gruesas y vibrantes rayas paralelas, característico modo de Chicano cuando hace uso, como en esta ocasión, de la técnica de los lápices de colores.

En cuanto a los paisajes firmados de nuevo en Nerja durante 1993, a mi juicio el núcleo de la exposición, hay entre ellos un reducido grupo que sobresale, al menos, por dos aspectos: en primer lugar, por la eficaz simplicidad geométrica de su esquema compositivo (que en el caso de Torre vigía, donde se representa la carretera de la costa, incluso nos sugiere una perspectiva casi cinematográfica), esto es, donde una subyacente y escueta arquitectura de líneas horizontales, verticales, diagonales y quebradas, traducidas por el autor mediante perfiles muy visibles, articula en perfecto equilibrio los luminosos espacios abiertos del mar y el cielo con los apretados, oscuros y densos volúmenes de la masa de los acantilados o de la vegetación; en segundo lugar, por la armonía y riqueza de su lírico cromatismo, dominado por los verdes, azules, celestes suaves, anaranjados y negros. Otro grupo, esta vez de menor formato, nos ofrece unas preciosas composiciones de acusados rasgos montmartrianos.

La exposición se completa con un grupo de paisajes de la vega de Antequera (uno de ellos, por ejemplo, enteramente realizado con trazos negros muy gruesos, trae a la memoria algunos paisajes de Benjamín Palencia de finales de los cuarenta a los que se les hubiese suprimido el color), y con tres monumentales retratos femeninos, también en negro, personalísimos, aunque sin ocultar la profunda admiración de Chicano hacia los maravillosos retratos que hiciera Picasso de Jacqueline.

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 1 de julio de 1994