La
síntesis icónica de Eugenio Chicano
ENRIQUE
CASTAÑOS ALÉS
La
producción de Eugenio Chicano (Málaga, 1935), un pintor que siempre se ha
movido en el ámbito de la figuración, es, en cierto modo, la única entre sus
compañeros de generación en su ciudad natal que aparece directamente vinculada
con los lenguajes de la imagen popular y con los códigos fuertes que irrumpen
en el panorama español durante los sesenta.
Entre
1959 y 1968, Chicano atraviesa una fase de tanteo y de búsqueda en la que
sobresalen algunos cuadros realizados al comienzo de la etapa, muy aislados y
que no van a tener continuidad en los años inmediatamente posteriores.
Serían los casos, por ejemplo, de La
Pelusa (1959), donde apreciamos la influencia de Joaquín Peinado y de otros
pintores españoles de la Escuela de París, y de Arroyo
Gálica (1961),
al que, además de las mencionadas, se añadirían las influencias de la
Escuela de Vallecas, principalmente de Benjamín Palencia, y también las de
Agustín Redondela y Martínez Novillo, estos dos últimos particularmente
apreciados por el artista.
La
etapa más innovadora corresponde a los años 1968-1975, cuando Chicano toma
prestados elementos del pop y de la Crónica
de la Realidad, tendencias en las que puede ser considerado un destacado
representante en España. Su relación con el llamado realismo
social y con el realismo crítico son, asimismo, muy evidentes en esta fase.
La etapa se inicia con la ejecución de algunos murales de contenido social, en
ocasiones incorporando elementos relacionados con la tradición marinera malagueña.
El mejor de todos ellos quizá sea el titulado Cadena de montaje (1968), recientemente restaurado por el pintor y
trasladado a la Cámara de Comercio de Málaga, una amplia superficie de unos 40
m² en la que aplica la técnica mural utilizada por Siqueiros y la escuela
muralista mexicana. Entre 1969 y 1971 realiza unos cuadros de formato cuadrado
en los que la temática se aproxima a la problemática emanada de la asfixiante
unidimensionalidad a que se ve reducido el habitante de la metrópoli
posindustrial. Estos lienzos,
—pintados con materiales acrílicos, óptimos para el empleo de
superficies planas de color—, se caracterizan por el contraste entre el
acentuado grafismo y la limpieza de las líneas del dibujo, de un lado, y, de
otro, el
dramatismo accidentado de los personajes (reflejo de la miseria de la alienación), cuyos rostros están
resueltos según procedimientos derivados todavía de cierto informalismo
expresionista. Una pieza representativa de esos años podría ser Extractor de hombres viciados (1970), donde asistimos al choque
visual entre dos mundos: el universo hipertecnificado y el sucedáneo de hombre.
Entre 1971 y 1973, la pintura de Chicano refuerza más aún el uso que venía
haciendo de determinados iconos de la sociedad de consumo de masas, en la misma
dirección de contenido crítico del modelo social representado. Los cuadros que
hace ahora, muchos de ellos de formato rectangular, suelen dividirse en dos
mitades a modo de dípticos, con el fin de permitir su emplazamiento
aprovechando los ángulos de una habitación, con lo cual se juega también con
ciertos efectos decorativos.
A
partir de 1975, año en que comienza la serie de los homenajes, el primero de
los cuales es uno dedicado al poeta Miguel Hernández, Eugenio Chicano inicia
una nueva etapa en cuya sintaxis se mezclan elementos provenientes de las
tendencias que habían caracterizado su lenguaje desde 1969 y otros directamente
extraídos del vocabulario fotográfico. El resultado, que se intensifica a
partir de 1982
—año en que participa en la Bienal de Venecia y da a conocer sus
series de homenajes a conocidas figuras del pensamiento, el cine, la literatura,
la poesía, el teatro y la política de este siglo, por lo común dispuestas en
grupos heterogéneos cuya afinidad es de índole meramente subjetiva, esto es,
arbitrariamente establecida por el pintor en base a experiencias muy
personales—, son unos cuadros que engarzan con ciertas obras de la figuración
narrativa francesa y con la pintura de reportaje,
y en donde la descontextualización de los contenidos, así como los recursos
sintácticos utilizados, más que responder a razones eclécticas o de simple
oportunismo, vienen dados por su propia finalidad comunicativa. “La relación
del signo plástico a sí mismo, a su propia estructura
—ha dicho el historiador Simón Marchán al hablar del pluralismo estilístico-formal
y de la descontextualización lingüística y semántica practicada por los
pintores de la Crónica de la Realidad, entre los que está incluido Chicano—,
no sólo no obstaculiza la denotación y connotaciones, sino que refuerza la
referencia a las mismas. La obra realista debe tender a una compenetración
entre el medio y el mensaje o, en términos tradicionales, entre la forma y el
contenido, a través de la estructura del propio medio”.
Desde
1994-95, la pintura de Eugenio Chicano experimenta un nuevo giro que,
principalmente, va a afectar a la temática y a la estructura formal de las
composiciones, según vemos reflejada en series que, como la Suite Málaga,
hallan en la técnica
gráfica su expresión más característica.
Los
cuadros de gran formato presentes en Dresde, cuyo punto de partida habría que
situarlo en la mencionada serie Suite
Málaga, constituyen, por su parte, una extraordinaria síntesis icónica de
los mejores recursos plásticos del último Chicano: la perfecta ordenación y
equilibrio compositivos, patente, en unos casos, en la uniforme distribución de
las masas sobre la superficie, y, en otros, en la articulación de las masas
periféricas en torno a una poderosa estructura arbórea central, consiguiendo
así una precisa neutralización de fuerzas centrífugas y centrípetas; la
economía y limpieza de las líneas del dibujo; la unidad estructural de los
planos de color, que viene reforzada por el grueso y negro fileteado que
delimita los contornos; la casi abstracta sobriedad y, a pesar de ello, rigurosa
exactitud de algunos elementos, por ejemplo las troneras abiertas en los muros,
así como el acertado enfoque de la perspectiva, gracias al cual reconocemos de
inmediato el motivo representado: los jardines malagueños de Puerta oscura, con
su característica disposición en terrazas o bancales ascendentes, con la
Alcazaba al fondo; la poética y misteriosa urdimbre entre las formas cúbicas
de las arquitecturas y las ondulantes e irregulares siluetas vegetales; la
esquemática secuenciación entre los primeros planos, los intermedios y los del
fondo; la sabia y contenida administración de los efectos decorativos; la
exquisita armonía cromática de blancos, verdes, granates y ocres, que son los
colores con que el pintor traduce uno de los más bellos rincones de la ciudad
de su infancia, transmutado ahora en territorio interior y geografía espiritual
a la cálida y resbaladiza luz de una mágica noche de luna mediterránea; el
delicado contraste entre la tersura de los planos, el gesto y la mancha; el
indudable talento, en fin, para combinar la pura plasticidad de la pintura con
la difícil simplificación formal que exige el cartel, técnicas ambas que
Eugenio Chicano domina con absoluta maestría desde hace muchos años.
Publicado
originalmente en el catálogo de la exposición Artistas malagueños de hoy,
celebrada en la
Casa
de Cultura de Dresde (Alemania) en junio de 1998