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Materia transformada por el ritmo Escultura, dibujo y grabado. Eduardo Chillida. Centro de Exposiciones de Benalmádena. Avenida de Antonio Machado, 33. Hasta el 19 de septiembre de 2004. Si
se tiene en cuenta lo difícil que resulta en la actualidad organizar una
exposición de Eduardo Chillida (San Sebastián 1924 – 2002), debido sobre
todo a la extraordinaria demanda que hay de su obra en los más diversos lugares
del mundo para mostrarla públicamente, son de agradecer los buenos oficios que
han conducido a que el Centro de Exposiciones de Benalmádena ofrezca la más
completa exhibición de obras del gran escultor vasco que se ha visto hasta la
fecha en la provincia de Málaga, en cierto modo una ampliación complementaria
de la preciosa muestra de la Sociedad Económica de la capital que pudo
contemplarse en el otoño de 1997. Si entonces se exhibió una cuidada selección
de lurras y gravitaciones, ahora, además de estos ejemplos
esenciales para comprender su último periodo creativo y de algunas esculturas
en hierro de mediano tamaño, se expone también un nutrido conjunto de dibujos
y de grabados que incluyen varias piezas espléndidas de los comienzos de la
carrera del artista en el decenio de los cuarenta. Desde el principio de su quehacer, Chillida,
salvo rarísimas excepciones, como Claude Esteban, Jacques Dupin o Julien Clay,
ha sido un artista esquivo a los críticos, a los historiadores del arte y en
general a los entendidos, lo que quiere decir, entre otras cosas, que ha
existido una particular dificultad lingüística y de comprensión estética
para desgranar una contribución tan poderosa y, al mismo tiempo, tan sutil, tan
matérica y tan poética, una aportación que en cierta manera parece conectar
con los secretos del mundo. Los filósofos y los poetas, en cambio, desde
Heidegger y Bachelard hasta Octavio Paz y Jorge Guillén, sí parecen haber
penetrado con singular agudeza en el sentido plástico y cósmico de sus formas.
Uno de los ejemplos más recientes de esta empatía ha sido el paralelismo que Félix
Duque ha hecho entre Chillida y Novalis, como él dice, no sólo un joven poeta,
sino un poietés, un creador de espacios y de noches. Tanto uno como
otro, y en gran parte debido a su desorientación, han sabido encontrar «el
punto cordial que religa lo incondicionado
y las cosas». A ese punto sin medida, que permite al poeta y al escultor hacer
que el Absoluto habite entre las cosas y que éstas palpiten y vibren en sus límites,
se ha referido el propio Chillida: «El mundo de la geometría ocurre en la
mente, donde el punto no tiene medida pero, sin embargo, ocupa un lugar». Para Octavio Paz, por su parte, la escultura de Chillida tiene unas extrañas correspondencias con el pensamiento de los presocráticos, por esa especie de «física cualitativa» que emana de ella. Esa raíz, como apunta el poeta mejicano, también se manifiesta en la dialéctica de los opuestos: el hierro y el viento, el papel y el acero, la luz y el granito, la línea y la masa, lo pleno y lo vacío. En las gravitaciones, por el contrario, que suponen una superación del collage, en vez de cola es el espacio mismo el que se coloca entre los papeles, incidiendo delicadamente sobre los conceptos de levedad y gravitación. Pero el concepto clave quizá sea el de «espacio interior», esto es, no la desocupación del vacío, como en Oteiza, sino la energía interna que habita en cada una de sus formas, interrelación de materia y de espíritu. La materia y los materiales son fundamentales en Chillida, cada uno con sus propiedades distintivas, pero él no se queda ahí, sino que pretende ir mucho más lejos, anhelando un eco de trascendencia. En el fondo, como él mismo ha precisado, quizás la diferencia entre la materia y el espíritu sea tan sólo un problema de velocidad: ¿no será el espíritu una materia rapidísima, o la materia un espíritu, digamos, muy lento?
© Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 17 de septiembre de 2004
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