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La permanencia del ser Grabado. Eduardo Chillida. Signos. Gacma. Málaga. C/ Fidias, 48-50. Hasta el 17 de enero de 2007. Toda la obra de Eduardo Chillida (San Sebastián, 1924 – 2002), sorprendentemente desde sus mismos inicios, podría interpretarse como un diálogo íntimo con el pensamiento presocrático, especialmente con Parménides y Heráclito. El hecho de que esto se haya dicho incontables veces, no resta un ápice a su veracidad esencial. Del inabarcable filósofo de Elea, la obra de Chillida hace un comentario ininterrumpido, muy dilatado en el tiempo, acerca de sus tres postulados esenciales, los cuales fueron intensamente repensados por el gran escultor donostiarra: 1. «Se ha de pensar y decir siempre que sólo el ser es, porque es ser; en cambio, la nada no es». 2. «Lo mismo es el pensar y el ser». 3. «Se da un ser compacto que es uno y todo». Toda la escultura de Chillida es una reflexión acerca de la verdad del ser, de la correspondencia entre el ser de las cosas, su presencia física y su íntima esencia, cual un secreto escondido del cosmos que el artista, el poeta, de modo intuitivo, penetra y descifra. Variedad en la unidad. Existe una unidad profunda, última, de naturaleza espiritual. Para Chillida, lo sagrado es un componente inexcusable y esencial del mundo. En sus obras hay una presencia rotunda, física, de la materia, pero al mismo tiempo ésta se moldea, adquiere unos pliegues, unas curvaturas, que constituyen la parte más verdadera de la naturaleza, donde no existe el ángulo recto. Más que con Heráclito, que habla de un devenir, Chillida se identifica con la permanencia del ser de Parménides: no hay un devenir, sino un ser. Por otro lado, toda la obra de Chillida está marcada por señales que han guiado su itinerario vital, esto es, huellas dejadas por otros, llámense San Juan de la Cruz, Juan Sebastián Bach, Martin Heidegger o Yves Bonnefoy. El escultor vasco ha sabido expresar como nadie la esencia espiritual de esos autores. Bastaría referirse a las «gravitaciones» en las que recrea la insondable poesía de Juan de Yepes, probablemente la cima de la poesía de todos los tiempos. Esas «gravitaciones» las hacía Chillida recortando papel, con manchas de tinta y suspendiendo la obra de unos hilos, pero de tal modo que a la ingravidez etérea se unía algo tan difícil como era incluir el mismo aire en las composiciones. Lo mismo podríamos decir de su excelsa obra gráfica, como la selección de quince piezas realizadas entre 1969 y 1997 que ahora se presenta en Gacma, y que abarcan la litografía, aguafuerte, aguatinta y serigrafía. Siempre esos signos que unas veces encierran un espacio y otras dejan una abertura al mundo, signos en los que laten las entrañas de la tierra, la desocupación del vacío, la relación con lo primordial. Porque eso es Chillida en el fondo, un escultor, un artista inmenso que supo escuchar la llamada de lo primigenio, el logos, la palabra. © Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 15 de diciembre de 2006
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