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El destino de la pintura Tiempo, memoria y control racional de la entropía confluyen en la esplendorosa pintura de José Manuel Ciria Pintura. José Manuel Ciria. Colegio de Arquitectos de Málaga. Paseo de las Palmeras del Limonar, s/n. Hasta el 2 de febrero de 2000. Casi desde su irrupción en el panorama artístico español a partir de mediados los ochenta, pero sobre todo desde la prematura madurez y el reconocimiento internacional alcanzados ya en los primeros noventa, la intensa y deslumbrante obra de José Manuel Ciria (Manchester, 1960) podría ser uno de esos raros y aislados ejemplos, señalados como poderosas individualidades por algunos críticos que en los últimos tiempos han venido denunciando el naufragio generalizado de la pintura, en los que esta milenaria y misteriosa actividad humana de raigambre profundamente subjetiva continúa todavía encarnándose, como si se resistiera a desaparecer por completo del proyecto espiritual consustancial con nuestra propia naturaleza. En este aspecto, el valor de la obra de Ciria, con independencia de su extraordinaria calidad técnica y al margen de quienes legítimamente encuentren en ella una dimensión trascendente que sospecho no está en la intención de su autor, radica en ese compromiso visceral con la pintura, en un vínculo terrenalmente sagrado con los conceptos, elementos y materiales que han acompañado la pintura desde el remoto pasado prehistórico hasta los emocionantes hallazgos estéticos del expresionismo abstracto, preservando siempre ese «sentido de la tierra» al que se refería el filósofo artista muerto hace un siglo, esto es, estrechando los lazos entre la naturaleza y el cuerpo del hombre, pues la pintura, aun perteneciendo como de hecho pertenece al reino del espíritu, no puede desligarse del mundo de las sensaciones corporales. De ahí los fluidos que se desparraman como humores internos o como magma ígneo en efervescencia por la superficie de los cuadros de Ciria, manchas unas veces líquidas o lechosas, otras veces densas y de apariencia orgánica que, sin embargo, están sujetas a un control absoluto por parte del pintor. Porque si
algo nos proporciona la verdadera medida de este artista es, más allá del
supuesto automatismo y vehemencia expresiva que parecen presidir sus
composiciones, el dominio racional que ejerce durante todo el proceso creativo,
reduciendo de manera continua a estados de organización la tendencia general
del universo a la entropía. A este propósito acuden en su auxilio los soportes
habitualmente empleados, trozos de lona plástica cuyo uso anterior como toldos
de camiones, además de permitir el acceso al concepto de tiempo y a la potencia
de la memoria (evocados por el color de fábrica y las huellas que el uso ha
dejado en el material), facilita también, debido al aprovechamiento de las
marcas longitudinales producidas por las barras metálicas de los vehículos o
por haber estado doblados durante un tiempo prolongado los toldos, la estructura
geométrica del plano sobre el que se aplica la pintura. Este modo de trabajar
(que en ocasiones trastoca deliberadamente, gracias al empleo de cinta
protectora, lo encontrado y lo producido por el artista) es el que subyace en la
espléndida serie Elogio a la diferencia,
una de las últimas obsesiones de Ciria cuyo resultado es una pintura suntuosa
de una luz prodigiosamente matizada donde los archipiélagos de manchas dispónense
con calculado equilibrio sobre las espaciosas bandas verticales del fondo. ©Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 22 de enero de 2000
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