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Persiguiendo una imagen Pintura. Victoria Civera. Atando el cielo. Centro de Arte Contemporáneo. Málaga. C/ Alemania, s/n. Hasta el 29 de agosto de 2010.
Es Victoria Civera (Puerto de Sagunto, Valencia, 1955) una artista, y esta exposición en la que se ha reunido lo mejor de su producción de los últimos diez años lo confirma plenamente, para quien la pintura forma parte de su propia sustancia vital, es decir, que para ella no sería en absoluto comprensible la vida sin la pintura, que se confunde así con la propia experiencia y es a su vez reflejo de la experiencia acumulada de la vida, y al mismo tiempo es una auténtica forma de conocimiento y de acceso a la comprensión del mundo, que, como se sabe, sólo puede aprehenderse a través de tres vías, distintas por completo pero complementarias: la artística, la científica y la mística. Victoria Civera ha elegido desde hace mucho, porque así se lo demandaba su sensibilidad y su organización espiritual, la primera de ellas, que sigue siendo un misterio, pues la pintura, que es, después de la satisfacción de las necesidades básicas, la más consustancial, junto con la predisposición hacia lo sagrado, de todas las actividades del hombre, constituye un misterio indescifrable, que sólo se revela parcialmente ante la contemplación de la propia realidad física de la pintura. Todas las composiciones presentes en la muestra son o bien de formato rectangular o bien de formato circular, y eso no es algo caprichoso, ya que para Victoria Civera el círculo, más que tener unas determinadas connotaciones simbólicas, es, como ella misma ha declarado, una forma que la siente dentro de sí y que le permite expresar pensamientos y sentimientos. Huye esta autora de esas rígidas taxonomías que establece cierto arte feminista, pues en su caso, a pesar de ser su sensibilidad, naturalmente, una sensibilidad femenina, que no feminista, aquello que la distingue es la alta calidad de su trabajo, que es al fin y al cabo lo que termina prevaleciendo en el arte. Esa sensibilidad femenina se explicita en las figuras de sus obras, que son siempre mujeres, y aunque es verdad que a veces se da mucha importancia a la moda y a los atuendos, la mayoría de las veces las figuras están contrastadas con unos fondos que remiten casi estrictamente a la pintura misma: círculos cromáticos, tramas de puntitos como en Lichtenstein, tramas que parecen derivar del arte óptico. El fondo que late en casi todas estas obras es el de una dualidad irreconciliable de contrarios, cuyo ejemplo más evidente quizá sea el cuadro titulado Saliendo del paisaje, del año 2000. Esta gran composición, no sólo es una obra de alta calidad plástica, sino que encierra un mundo de ideas muy fértil, que se sintetizan en el acentuado contraste entre la joven elegantemente vestida con traje de chaqueta rojo y complementos del mismo tono y el paisaje de bosques y de lagos del que ella sale, que no es otro que el que pintó Caspar David Friedrich en su cuadro El gran parque, de hacia 1832. Pero Victoria Civera ha sabido muy inteligente y sutilmente unir aquí dos señeras composiciones del gran pintor del Romanticismo alemán, pues esta elegante mujer de rojo que le da la espalda al paisaje y se acerca a nosotros, es el complemento del burgués con levita negra que, procedente de la ciudad, contempla el mar de nubes en el célebre cuadro de Friedrich de 1818, un sujeto estético de la contemplación que al menos era consciente de la dominación ejercida sobre la naturaleza, mientras que el personaje civilizatorio de Civera le da la espalda a la naturaleza, no queriendo ya saber nada de la fractura irreversible que ha causado entre él y la naturaleza misma.
© Enrique Castaños Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 10 de julio de 2010.
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