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Forma, textura y materia en Antoni Clavé Pintura y grabado. Antoni Clavé. Gacma. Málaga. C/ Fidias, 48-50. Hasta el 5 de mayo de 2005. Con esta preciosa exposición se trae por primera vez a Málaga un reducido pero notable conjunto de obras originales de Antoni Clavé (Barcelona, 1913), lo que unido a los quince soberbios grabados y litografías que también se exhiben, hacen de la pequeña muestra un verdadero acontecimiento cultural en estas tierras del sur en torno al decano de los artistas españoles y el más destacado informalista catalán vivo junto con Tàpies. La obra de Clavé, con toda justicia, es una obra de culto entre los aficionados y los entendidos por varias razones, pero principalmente por estas dos: por la sosegada y coherente evolución de su lenguaje plástico, que supo pasar casi sin solución de continuidad de sus alegres y coloristas bodegones y figuras de los cuarenta a una figuración crecientemente gestual en los cincuenta, hasta desembocar en un informalismo cuasi abstracto a partir de los sesenta, pleno de experimentación y de sentido matérico; y por su sabiduría técnica, por su casi milagrosa realización de las superficies de sus cuadros, en los que recurre a cualquier procedimiento técnico, desde el collage al frottage, con tal de otorgarle protagonismo a la textura y a la presencia física de los materiales, con tal de que la obra vibre de emoción puramente plástica. Decía Juan Eduardo Cirlot en un texto pionero sobre el informalismo escrito a finales de 1959, que en éste se presenta «la concepción de la obra de arte, no como una representación, sino como una elaboración, es decir, como un objeto real». Esta presencia física del objeto y de la materia es el atributo más destacado de la obra de Clavé. Aunque también su misterio, como si la invención del artista procediese de ignotos y lejanísimos arcanos, como si nos mostrase, aunque sin desvelarla, una fórmula secreta. Así ocurre en Empreinte, de 1973, y L’estel, de 1992, la primera formada por una zona superior ocupada por un cartón quemado y ajado, y una zona inferior cubierta por una chapa metálica recortada sobre la que aparecen arabescos, raspaduras y una mano, y la segunda pieza una técnica mixta sobre papel en el que se observa ese riquísimo microcosmos de Clavé, con manchas de tinta y empleo del frottage. Las manos, que constituyen una presencia obsesiva en muchas de sus obras, bien pudieran interpretarse como las de las cavernas prehistóricas, como una firma, una impronta del pintor. La deliciosa Nature morte de 1955, una litografía en colores de evidente influencia picassiana, al igual que la un poco anterior Cirque ou la Parade, de 1949, con personajes a medio camino entre la inspiración griega clásica y el Picasso de los años veinte y treinta, nos introducen en las tres soberbias litografías en colores, magistralmente estampadas, con el tema de los reyes de la baraja, hechas entre 1958-59. Aquí abundan los tonos terrosos oscuros, que de pronto se ven iluminados por manchas de verde y de rojo, como si se superpusieran diversos estratos a modo de planos, todo ello animado por ciertos motivos ondulantes decorativos y por una diseminada presencia de flores, peces, manos, cruces, picas y tréboles, aunque sin confusión, permitiendo siempre identificar a los personajes reales con sus coronas. Los grabados encuentran su clímax en los realizados con la técnica del carborundo y el gofrado en 1980, con ese énfasis en mostrar las asperezas, la textura y la realidad física del papel, de nuevo una superficie de experimentación, un crisol de alquimista en el que se impresionan desde monedas, botones y llaves hasta guantes y manos. © Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 18 de marzo de 2005
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