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Entrevista a Chema Cobo Enrique Castaños Alés. MÁLAGA .— Premio Andalucía de Artes Plásticas en 1994, el pintor Chema Cobo (Tarifa, 1952) plantea en sus últimos trabajos, que ahora se exponen en la galería Alfredo Viñas, el problema de la imagen artística como texto lingüístico que hace referencia, principalmente, a ella misma. —Aunque también hay ejemplos en su obra
anterior, parece que en esta exposición ha preferido expresarse más haciendo
uso de la dualidad y de la contraposición entre imágenes que de la paradoja y
del enigma. —En realidad lo que ocurre es que todo
termina siendo una paradoja, aunque, si bien antes yo la planteaba de una manera
explícita, ahora, jugando con la idea de la imagen y su doble, es decir, su
referente, que puede ser la ausencia misma de la imagen o del objeto
representado, trato de provocar
en el receptor numerosos niveles de lectura, que pueden tener incluso un origen
subliminal. Es decir, que lo que por un lado pretendo es cuestionar el
tratamiento de la imagen por los medios de comunicación, y, por otro, llamar la
atención sobre el vacío que conlleva esa sobreproducción de imágenes, imágenes
que ni ocultan ni desvelan nada, sino que conducen a la vaciedad absoluta, a un
nuevo estado de barbarie, que más que encontrarse en lo que reproduce la imagen
se halla en el medio mismo que la multiplica. —Esa autorreferencialidad de la imagen
presente en su obra, esto es, la imagen artística en cierto modo como un
principio y un final en sí misma, ¿no ha sido una constante desde el
Renacimiento y el Barroco? —Sí, pero con matices, ya que esa
autorreferencialidad, que yo planteo aquí con una carga radical y nihilista
deliberada, en aquellas épocas era controlada por las instituciones de poder,
que dosificaban y moldeaban la lectura de las imágenes según sus intereses.
Hoy las imágenes artísticas han perdido esa capacidad de fascinación, que se
ha trasladado al mundo de la publicidad y del consumo de masas. —¿No hay, por otro lado, en su pintura
una velada admiración por cuadros-enigma del tipo de los que hicieron Piero
della Francesca, Giorgone o Holbein? —Sí, por supuesto. Hay una admiración
constante por ese tipo de pintores que parece que juegan al ajedrez, del mismo
modo que lo hay por Carroll o por Wittgenstein. No debe olvidarse que yo estudié
lingüística, y que mi formación intelectual está muy relacionada con la
filosofía y el análisis del signo. Pero aquí sacrifico ese carácter enigmático,
o las referencias ocultas, aunque poniéndonos a encontrarlas, si se quiere,
detrás de aquella alusión al vacío está Giacometti, o bien detrás de la
autorreferencialidad está Morandi,
aunque claro, usando un referente desprestigiado como era el bodegón y, en
cualquier caso, valiéndose de objetos y elementos sencillos. —Usted ha criticado cierta actitud
posmoderna que convierte la pintura en una referencia permanente a la historia
de la pintura. ¿Por qué esa crítica? ¿Ha sido esta una influencia más de
Picasso en el arte posterior a su muerte? —La relación de Picasso con la historia
del arte no tiene nada que ver con la actitud posmoderna. La obra de Picasso no
se justifica por su diálogo con los maestros del pasado, ni él tampoco
pretende justificar a estos. Picasso, cuando elige un tema de uno de esos
maestros, quiere desembarazarse muchas veces del motivo del cuadro para pintar
con entera libertad, como si practicase una siesta psicológica para poder
concentrarse en una escena, sacrificando a veces cierta intensidad por la
exuberancia. En Picasso no hay sacralización o desacralización, ni compraventa
con la historia del arte. En este punto hay algo de libertario en su actitud,
que tiene un origen vinculado al sur, sobre todo a Andalucía. El autor
posmoderno, en cambio, es aquel que es consciente de que la referencia
historicista que él hace le garantiza un reconocimiento artístico. En este
sentido, yo pienso que estamos en el reino de la abundancia, que a su vez genera
aburrimiento, en una sociedad en la que sobra todo, incluso el aburrimiento, y
esa demanda de ocio hay que llenarla de retórica. —Usted suele ser crítico con el estado
actual de cosas y por otro lado ha dicho en alguna ocasión que el suyo no es un
arte político. ¿Qué quiere decir con eso exactamente? —Sería una arrogancia por mi parte decir
que yo hago arte político. Yo critico el pretendido arte político de hoy
porque lo está haciendo un tipo de gente que forma parte del sistema. El
artista, en principio, es un observador de la realidad, que debe desvelar los
aspectos más ocultos de ella. El arte debe rebelarse contra la simplificación
de la realidad. —¿Puede haber contenido estético sin
contenido ético? —Yo creo que no. Y menos después de lo
que ha ocurrido en el siglo que acaba de terminar. El artista que mejor encarna
esa situación, asumiendo todas sus contradicciones, es Goya, quien se
compromete a fondo con una postura ética, moral. —¿Hay margen hoy, en las sociedades
desarrolladas del capitalismo tardío, para la disidencia a través del arte? ¿Qué
repercusión tiene esa disidencia en el mundo de la institución arte? —No hay margen en absoluto. La repercusión
es nula. —¿Está en crisis la pintura? ¿Están
en proceso de disolución los géneros artísticos y las técnicas
tradicionales? —Está en crisis todo, no sólo la
pintura, sino toda la institución arte, así como los nuevos medios e
instrumentos. Lo que está en crisis es la relación del hombre con la imagen,
que es lo que yo planteo en esta exposición. Me pregunto si el hecho de que
nadie sea capaz de pintar hoy un cuadro como Las Meninas o Guernica
no será por una falta dramática de talento. La respuesta artística a un
acontecimiento de la envergadura de la destrucción de las Torres Gemelas ha
sido insignificante. Las respuestas de altísimo nivel que David, Eisenstein o
Picasso ofrecieron a los tremendos desafíos de su tiempo, son impensables en la
actualidad. Publicada originalmente en el diario Sur de Málaga el 29 de noviembre de 2004
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