|
Contaminaciones finiseculares Pintura y escultura. Colección Argentaria. Museo Municipal. Málaga. Paseo de Reding, 1. Hasta el 20 de febrero de 2000. Más de una vez durante el recorrido de esta sugerente exposición he recordado las postreras y heterodoxas declaraciones de Jean Clair acerca del naufragio de la pintura al que estamos asistiendo en este final de siglo, una época incierta que transcurre a velocidad de vértigo en la que no sólo se desmoronan o desaparecen valores morales del humanismo moderno que creíamos firmemente arraigados, sino donde, por ceñirnos al ámbito específico de la expresión plástica contemporánea, la pintura parece haber completado de manera definitiva su ciclo histórico, del mismo modo que lo consumaron en otro tiempo más o menos lejano la poesía épica, la novela realista burguesa o el cine mudo. Seguirán existiendo, qué duda cabe, espíritus libres y solitarios, artistas insobornables que a título individual y a contracorriente continúen trazando la senda de un medio de expresión y de conocimiento tan antiguo como el hombre, pero la pintura como actividad social, con un fin y con una utilidad evidentes probablemente haya desaparecido y muerto para siempre. Al margen de que quizás pueda resultar algo exagerada o demasiado pesimista la tesis defendida por el polémico director del Museo Picasso de París, lo cierto es que empieza a consolidarse una nueva y agónica sensibilidad, llena de melancolía pero poseída también de la fe irracional de los iniciados en el misterio de cultos remotísimos, entre los que estamos sedientos de pura pintura, de trazos, gestos y manchas de color sobre una superficie de tela compuestos armónicamente y capaces de transmitir emoción en quien los contempla. Porque otro de los signos de la crisis y del estado general de desquiciamiento es que casi hemos perdido la posibilidad de emocionarnos ante la contemplación de la belleza, se nos hurta la pintura como lugar de reposo de la mirada y deleite de los sentidos. Precisamente es esta última reivindicación a favor de la pintura la que constituye a mi entender el aspecto más interesante de la muestra, orientada a ilustrar, a partir de los ricos fondos de la Colección Argentaria y amparándose en el riguroso juicio crítico de la comisaria, Mercedes Replinger, algunos de los más significativos esfuerzos que en el arte español de los últimos veinte años se han dado en pro de superar una situación desesperada que inevitablemente conducía a un callejón sin salida. Es muy probable, por continuar con el sentir manifestado por Clair, que el impasse resulte insalvable y que nos encontremos, después del gigantesco y titánico ejercicio liquidador realizado por el autor de Las señoritas de Aviñón, ante un campo de ruinas. Pero contemplando estos cuadros y muchos otros que sin duda podrían aducirse procedentes de otras colecciones, no me cabe la menor duda de que el esfuerzo ha merecido y sigue mereciendo la pena. Ahí están, si no, para corroborarlo, las espléndidas pinturas que se exhiben de Broto, Sicilia, Campano, Albacete, Franquesa, Julio Bosque, Frederic Amat, Joaquín Michavila, Genovart y Darío Álvarez Basso, así como también las más que notables de Víctor Mira, Julio Juste, Navarro Baldeweg, Paloma Peláez, Darío Urzay, Hernández Pijuan, Larroy, Manuel Salinas y Soledad Sevilla. Un goce para la vista y una recreación para el espíritu que, en estos tiempos de carestía, ningún buen aficionado debe desaprovechar. ©Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 24 de diciembre de 1999
|