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Vivisección de lo humano Cinco artistas andaluces reflexionan desde distintos presupuestos acerca de la condición humana y sus apariencias Pintura y escultura. Colectiva. Galería Marín Galy. Málaga. C/ Duquesa de Parcent, 12. Hasta el 27 de julio de 1999. Para su última exposición de la temporada, la galería Marín Galy ha reunido a cinco artistas nacidos en Andalucía, pertenecientes a generaciones y sensibilidades estéticas muy distintas, con el propósito de ofrecer algunos de sus trabajos hechos en los noventa más directamente relacionados con ese tema a un tiempo genérico y tan del gusto finisecular que es la reflexión en torno a la condición humana. Salvo el sevillano Juan Lacomba (1954), que presenta un delicado conjunto de óleos y acrílicos sobre papel realizados a principios del decenio, cuando su producción se orientaba por los senderos de una abstracción de resonancias líricas muy alejada de su actual compromiso con la defensa del medio natural, el resto de los participantes se distingue por el uso de la forma figurativa y la representación naturalista, en el caso del malagueño Francisco Peinado (1941) de marcado acento expresionista, y en los del antequerano Alfonso Albacete (1950), el también sevillano Pablo Alonso Herraiz (1965) y el tarifeño Chema Cobo (1952) de claro contenido simbólico. Quizá el aspecto más llamativo del reciente trabajo de Peinado, recogido con escrupulosa fidelidad en la muestra, sea la extraordinaria libertad y falta de prejuicios de su pintura, hasta el punto de coexistir lenguajes, si no contrapuestos, sí al menos divergentes, índices metafóricos a su vez de la duplicidad y de la tensión extrema entre polos irreconciliables que se agitan en lo hondo de su naturaleza y fundan su visión de lo artístico: de un lado, el despojamiento de la forma, la continencia cromática y el anhelo de síntesis; de otro, el dibujo compulsivo, el gesto hosco, la deformidad y la exaltación de los tonos, única gramática apropiada a la turbulenta explosión de las pasiones y de los fantasmas interiores, arrojados como un vómito sobre el tablero del estudio convertido en cuadro. Por su parte, Herraiz, aun cuando prosigue, pertrechado de filosofía nietzscheana y de hermenéutica freudiana y recurriendo de nuevo al imaginario colectivo depositado en los cuentos de hadas, su indagación acerca de los frágiles límites entre el mundo de la realidad y el de las apariencias y entre las nociones de mentira y verdad, da otra vuelta de tuerca a su estrategia de desenmascaramiento y nos desvela los inconfesables deseos prohibidos de la pubertad, el peligroso coqueteo con el mal de la adolescencia y el estrepitoso derrumbe de todos nuestros sueños infantiles cuando se traspasa la edad de la inocencia. En cuanto a Chema Cobo y Alfonso Albacete, el primero presenta dos obras de entramado jeroglífico y con regusto de amarga risa sardónica que sin duda deben ser leídas como una mordaz crítica al pensamiento único y a la hegemonía cultural imperialista, y el segundo unos terrosos acrílicos sobre papel en los que se dibuja el perfil de un ángel pintado en tonos aún más oscuros, integrantes de una serie concluida en 1992 donde el etéreo ser alado parece simbolizar, al decir de Rilke, «la criatura en la cual aparece ya realizada la transformación de lo visible en invisible que nosotros cumplimos». © Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 26 de junio de 1999
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