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Escultura urbana Escultura. José María Córdoba. Plaza de la Marina (Málaga). Parque del Sol y Avda. Miramar (Fuengirola). Instalación permanente. Las tres esculturas de José María Córdoba (Córdoba, 1950) que durante los últimos meses han sido instaladas en espacios públicos de Málaga y Fuengirola, constituyen no sólo una buena oportunidad para profundizar en una de las facetas menos conocidas de este artista, sino que permiten establecer curiosas comparaciones entre sus diferentes registros y estilos a la hora de abordar cada uno de los encargos correspondientes. La estatua del escritor danés Hans Christian Andersen, situada en la Plaza de la Marina de Málaga, ha sido un encargo oficial de la Fundación Reina Isabel de Dinamarca para conmemorar el bicentenario del narrador de cuentos infantiles, una petición que se justifica tanto por el viaje que Andersen realizó por España en 1862, con una prolongada y grata estancia en nuestra ciudad, y por la numerosa colonia danesa que reside en la Costa del Sol. José María Córdoba, artista de formación académica y excelente dibujo, ha resuelto con indudable acierto el cometido que se espera de este tipo de monumentos, y que no es otro que cumplir una función social y de difusión de la cultura, en este caso de un personaje que forma parte entrañable de la memoria colectiva del pueblo danés. La escultura, en la que se han empleado 320 kilos de barro, tiene un complicado proceso de elaboración. No está de más que el público aficionado la conozca sucintamente. Una vez hecho el modelo de barro, sustentado en un alma o estructura interna de hierro, los fundidores, después de colocar unas chapitas metálicas en hilera sobre el barro para diferenciar las diferentes partes, rodean el modelo con una fina capa de silicona, sobre la que aplican otra capa más gruesa, de 1 cm. Sobre esta última capa echan otra muy gruesa de escayola, de unos 5 cm. Una vez que fragua la escayola, quitan las chapitas y van saliendo los trozos separados, una pierna, un brazo, etc. Cada uno de estos moldes de silicona y escayola se rellena de cera, que, una vez solidificada, permite al escultor repasar los defectos. El molde de cera resultante, una vez unidos los dos lóbulos de cada parte de la figura, se introduce en una caja que contiene arena refractaria, con un grano muy fino, que, al calentarse, derrite la cera y permite que, por ejemplo, en la forma hueca de una pierna se eche el bronce líquido. Una vez solidificado, se procede a unir y soldar las distintas partes, repasando cualquier desperfecto. José María Córdoba se ha atenido en gran medida a la iconografía clásica de Andersen, con su chistera y su maletín de viaje, del que asoma uno de sus más queridos personajes, el patito feo del cuento homónimo. La obra final transmite la bondad, integridad moral y honradez personal que caracterizaron al gran cuentista danés. La pieza instalada en el Parque del Sol de Fuengirola, de 60 m. de largo y 4’5 m. de altura, es un claro ejemplo de escultura ambiental. En su nombre, El bosque del arco iris, así como en su forma y colores hay referencias a los trabajos de César Manrique en Lanzarote y también referencias metafóricas iniciales que después se han ido modificando: al ver el estanque del parque, el escultor piensa en las ramitas de cañas que crecen en los humedales; de ahí la multitud de elementos verticales con forma de ramas dobladas, unas más anchas y otras más estrechas, que, reunidos y por repetición de los diferentes módulos, dan la idea de un bosque. En cuanto a los colores de los módulos, que no son otros que los del arco iris, pretenden establecer un diálogo entre lo natural, el parque que queda justo enfrente, y lo artificial. Por eso se elimina el verde de los módulos, porque lo contiene el césped del jardín. Para contrastar este verde, se pinta de rojo la pared que cierra el parque por el lado de la escultura. Los casi 200 módulos son tubos de hierro colocados en filas de cuatro, pero de tal modo que si se miran de frente semejan líneas dibujadas en la pared, mientras que si se miran de lado se solapan unos tubos con otros, percibiéndose como un tejido continuo de color. La base sobre la que se han dispuesto los módulos está hecha de cantos rodados unidos con cemento blanco, conjunto que provoca una nueva sensación de humedad. Es, asimismo, muy interesante el simétrico dibujo geométrico que adorna la barandilla que separa la escultura del estanque: vista desde lejos, parece desaparecer la trama agujereada que la ensambla, quedando el firme contorno de aquel dibujo. Mucho más abstracta que la anterior, La rosa de los vientos, en la Avenida Miramar de Fuengirola, es una gran escultura compuesta de 8 piezas de acero inoxidable, de cuatro radios de curvatura cada una, dispuestas en círculo y que, a su vez, se corresponden con los puntos cardinales: N, S, E, O, NO, SO, NE y SE. Antes de que la escultura empezase a hablar por sí misma, hay un momento en el proceso creativo, habitual de otro lado en el modo de trabajo de José María Córdoba, en que abundan las referencias metafóricas. En esta ocasión, las primeras formas evocaban, por un lado, las cúpulas bulbosas de la arquitectura oriental, y, por otro, la flor de loto. La obra resultante, de un innegable poder simbólico, destaca, sin embargo, por su sencillez estructural y virtuosismo técnico. © Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 21 de septiembre de 2005
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