Evocaciones autobiográficas

Sobre la obra reciente de Fausto Cuevas

 

ENRIQUE  CASTAÑOS

 

 

Fausto Cuevas (Málaga, 1963) es un pintor que empezó siendo autodidacta y que muy posteriormente decidió estudiar Bellas Artes en Sevilla, en cuya Facultad se licenció en los años ochenta. Sus primeros dibujos son de cuando tenía doce o trece años, dibujos realizados furtivamente, casi a escondidas, que guardaba celosamente como un preciado tesoro. Están hechos con bolígrafo negro y revelan la influencia del cómic, pero también hay una dependencia inconsciente de la Figuración fantástica y del Surrealismo más figurativo y onírico. Hacia los veinte años empezó a realizar sus primeros óleos, al principio bajo una clara influencia del Expresionismo, aunque por entonces uno de sus pintores predilectos era Maurice de Vlaminck, precisamente el más expresionista de todos los fauves. Sin embargo, todavía Fausto Cuevas no empleaba color en sus cuadros. Se trataba de un expresionismo de la forma dependiente de esa línea sinuosa y modernista de la obra de Edvard Munch anterior a 1900. El pintor noruego ha sido otro de los pilares fundamentales de Fausto Cuevas durante toda su carrera artística, reflexionando una y otra vez sobre él. Esta podría ser de hecho una de las fuentes inspiradoras del simbolismo que hay en su obra, aunque el modelo de Munch le ha servido sobre todo para Fausto Cuevas. EL ESTUDIO DEL PINTOR. 2008. Óleo sobre lienzo. 170 x 210 cm.profundizar en las relaciones entre la pintura y la biografía personal del artista. Del mismo modo que buena parte de la obra de Munch, sobre todo en sus decenios finales, tiene que ver con su propia vida, es decir, está íntimamente relacionada con su propia biografía, también la pintura de Fausto Cuevas es en gran medida autobiográfica, en cuanto que siempre es posible detectar en ella pasajes, hechos, recuerdos, experiencias de su existencia personal.

Hacia1985 se produce una depuración y simplificación en la línea que casi puede calificarse de minimalismo pictórico: todas las formas se reducen al máximo, a sus líneas esenciales y características. El continuado uso del blanco y negro aún les proporciona una mayor austeridad y contención. En 1987 hace sus primeros óleos con color y en 1989 aparece su primer diario, un auténtico mapa vital, una cartografía secreta y hermética existencial, sólo comprensible por el propio artista, de tal modo que divide el lienzo en una serie de rectángulos, correspondientes, por ejemplo, a cada uno de los días del mes, esto es, 30 o 31 rectángulos, en los que incluye diferentes signos alusivos a cosas o acontecimientos. Llegará el momento en que estos diarios ocupen un año entero, y entonces todo el lienzo se dividirá en 365 celdillas, en las que aparecerán signos que sólo el pintor podrá interpretar o saber su significado.

Precisamente esta exposición se abre y se cierra con sendos diarios, en sucesión cronológica, el primero de 2004 y el segundo de 2009; en medio de ambos se sitúan los cuadros de la muestra, cuyos temas son arquitecturas, fumadores, relojes, el estudio del pintor, libros y personajes en distintas ocupaciones.

Uno de los cuadros de arquitecturas más relevantes es aquel en el que un gran edificio se encuentra aislado y rodeado completamente de agua. La construcción, de gran altura, no tiene prácticamente aberturas hacia el exterior; sólo un diminuto personaje está situado en una balconada. En realidad se trata de una alusión a una iglesia de Sevilla, pero podría haber sido de cualquier otro lugar. Lo que a Fausto le fascinan son los templos, con su misterio y su silencio, con su simbolismo y su invitación a la meditación. El templo ha sido la tipología arquitectónica principal de Occidente hasta el siglo XIII, en que comenzó a ser disputado por los palacios cívicos. Pero hasta bien entrado el siglo XVIII ha mantenido su supremacía en muchas regiones de Europa, entre ellas Andalucía. Lo más inquietante del cuadro de Fausto, sin embargo, tiene que ver, en primer lugar, con el hecho de la presencia de varios grandes relojes en diferentes muros del edificio, señalando horas distintas. El reloj ha sido un elemento frecuente en la historia de la pintura, sobre todo como símbolo asociado a la realeza, según lo vemos en algunos lienzos de Velázquez. No obstante, su simbología en la pintura es muy variada, como puso de relieve Julián Gállego en una célebre monografía sobre el simbolismo de la pintura española del siglo XVII. También el Surrealismo va a hacer un uso habitual de los relojes, con significados inciertos y equívocos. En Fausto Cuevas habría más bien que interpretarlos como alusión directa al paso del tiempo, del tiempo como conciencia de la muerte. Curiosamente algo parecido es lo que dice Sebastián de Covarrubias en sus Emblemas morales de 1610, cuando indica que el reloj es expresión del tiempo que se va y de la muerte que viene. En segundo lugar, está el agua, envolviendo literalmente la construcción, batida por las olas, y donde no se observa ninguna entrada. A pesar de la presencia de una pequeña embarcación aproximándose, pareciera como si no fuera posible entrar o salir del extraño edificio. El agua está muy presente en esta muestra, y su explicación radica sencillamente en los años que Fausto ha estado viviendo en el poblado de El Pris, perteneciente al municipio de Tacoronte, al norte de la isla de Tenerife, con el inmenso Océano Atlántico delante de su estudio. Pero en este cuadro el agua produce una impresión de aislamiento y de soledad, de algo inalcanzable y remoto.

Asimismo, son muy personales los cuadros en los que Fausto representa su propio estudio, como en voladizo hacia el acantilado, enteramente rodeado de ventanales por los que únicamente se divisa el mar. Aquí se confunden las ventanas con los lienzos de tema marino colgados en las paredes del estudio, semejando todo el conjunto una membrana transparente y translúcida que quizás quiera ser una metáfora de la libertad del artista, abierto su espíritu a la infinitud del horizonte. En el interior de la estancia, una estantería con libros, el ordenador portátil, los pinceles y los materiales de pintura, mientras que el artista se asoma a una balaustrada para contemplar la plenitud del espacio y del cielo. Se tiene una sensación de fragilidad, de vulnerabilidad, viendo algunos de estos cuadros, como si el pintor todavía tuviese que preservar aún más su espacio privado de las contingencias exteriores. En uno de los lienzos más hermosos de esta serie lo vemos dibujando formas indescifrables sentado sobre el suelo. Es una bella metáfora de la soledad del pintor, del carácter solitario e individual del acto de la creación. Los colores, como suele ser habitual en Fausto, son terrosos, oscuros, con acentuados perfiles y encuadres negros.

Ese mismo asunto del pintor dibujando con el lápiz en la mano es un tema recurrente en Fausto. A veces lo realiza en primerísimo plano, con un encuadre donde sólo se ve el rostro y la mano del personaje. La mano huesuda, el rostro enjuto, la barbilla apoyada sobre el papel, el lápiz cogido con decisión y firmeza, la mirada dirigida hacia esa exclusiva ocupación, todo ello resume a la perfección la idea y el acto de la concentración del artista.

Otro tema predilecto es el de los fumadores, que aparecen por doquier en sus composiciones, casi siempre solos, pero a veces también acompañados. Entre los más logrados están los representados de nuevo en primerísimos planos, con sólo una parte del rostro, pero enfatizando el propio acto de fumar. Porque uno de los aspectos que encierran estos cuadros es su hedonismo, su reivindicación sin complejos del placer de fumar un cigarrillo, absorbiendo y exhalando el humo despaciosamente, casi como un rito. Es como si fumar se convirtiese en una ocupación vital para el sujeto, en absoluto intrascendente. Los encuadres, por su parte, están relacionados con el lenguaje del cine y de la fotografía.

Todavía debemos referirnos a dos cuadros de difícil ubicación en el conjunto de la muestra, lo que no significa que la temática sea ajena al pintor. En uno de ellos se ve a una muchacha joven sentada sobre un diván, abandonada a sus pensamientos, con la expresión ensimismada y algo preocupada. Es una obra de atmósfera romántica y de intenso lirismo, que a su vez supone una reflexión sobre el derecho a la propia soledad, a la propia privacidad. En el otro lienzo vemos a un muchacho, quizás un niño, en la misma posición en que hemos anotado al pintor en el estudio, dibujando en el suelo, pero en esta ocasión el personaje se encuentra casi en posición fetal, acurrucado, y más que garabatear, parece que se ha detenido un instante absorto en sus pensamientos. Al lado hay un cubo de playa y al fondo un paisaje desolado con una figura a lo lejos, parece que aproximándose. Es una obra que nos habla sobre las incertidumbres del destino, sobre el paso ineluctable de la adolescencia a la juventud y a la adultez, con su carga de combate con el mundo. Este cuadro resume perfectamente la poética simbólica de Fausto Cuevas.

 

 

Publicado originalmente en el catálogo de la exposición individual de Fausto Cuevas celebrada en el Centro

Cultural Provincial de Málaga en enero de 2010