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La condición humana La magistral obra gráfica del artista mexicano José Luis Cuevas disecciona la entraña moral de nuestra época Grabado. José Luis Cuevas. Fundación Pablo Ruiz Picasso. Málaga. Plaza de la Merced, 15. Hasta el 21 de marzo de 1999. Destacado impulsor del hondo proceso de renovación que afectó a la plástica mexicana hacia mediados de siglo, cuando el muralismo iniciado por las grandes figuras de los años veinte y treinta muestra señales inequívocas de repetición y agotamiento, el pintor José Luis Cuevas (Ciudad de México, 1934), aun manifestando un vivo interés por las raíces culturales prehispánicas de su país, opta muy pronto por un discurso universalista, liberado del localismo que en muchos aspectos había encorsetado al movimiento indigenista y directamente vinculado a la tradición artística europea, desde el barroco hasta el expresionismo y el surrealismo de la vanguardia histórica. Paralela en el tiempo a la gestación de la nueva narrativa latinoamericana, caracterizada en líneas generales por un estilo exuberante y una extraordinaria capacidad de fabulación, la obra de juventud de José Luis Cuevas ofrece ya con nítidos perfiles los rasgos inconfundibles de su personalísimo lenguaje: el dominio del dibujo, una desbordante imaginación y una extraña y casi compulsiva inclinación por explorar los vastos y sombríos territorios por los que a veces transcurre la existencia humana. Personajes deformes, lacerados por el dolor y el sufrimiento, marginados, angustiados, habitantes de un mundo de pesadilla que, no por pertenecer al libre reino de la fantasía creadora, son menos reales y reflejo incómodo de nuestros sueños insatisfechos. La políticamente incorrecta obra de José Luis Cuevas, de la que en esta exposición se exhibe un soberbio conjunto de aguafuertes realizados en Barcelona a principios de los ochenta, tiene un estrecho parentesco con esa enrarecida atmósfera espiritual, tan peligrosa a los ojos del poder, que atraviesa las creaciones de Poe, Dostoyevski o Kafka (a quien, más que ilustrar, como explicó Alejo Carpentier en un hermoso texto de 1960, desvela y descifra con poética intuición de visionario), así como con la humana y redentora expresión de Goya, Rouault y Gutiérrez Solana, o con la mordaz e incisiva crítica de la Nueva Objetividad alemana del periodo de entreguerras. El trazo firme y seguro sobre la plancha, los violentos contrastes entre luces y sombras, la interrupción intermitente de los cuerpos y los rostros por planos esquemáticos, el modelado de la forma y la variedad y riqueza táctil de las superficies, nos revelan un autor que conoce muy bien el lenguaje de los grandes maestros de la pintura y que siente una especial admiración por Picasso, pero que, ante todo, ha comprendido la esencial verdad del arte, esto es, que el atento escrutamiento de la realidad visible nunca hace del artista un imitador servil de ésta, entre otras razones porque sabe que es tarea inútil dada su intrínseca naturaleza mudable, sino que le convierte en demiurgo de una realidad nueva y distinta, la realidad estética, necesariamente fundada en la visión subjetiva y en la misteriosa emoción que emana de la forma plástica. ©Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 6 de marzo de 1999
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