|
La necesidad de un orden del mundo Grabado. Modest Cuixart. Obra gráfica. Museo del Grabado Español Contemporáneo. C/ Hospital Bazán, s/n. Marbella. Hasta el 8 de noviembre de 2008. En su célebre texto sobre el Informalismo, de 1959, Juan Eduardo Cirlot dedica a Modest Cuixart (Barcelona, 1925 – Palafrugell, Gerona, 2007), casi al final del pequeño libro, un apretado y poético párrafo, donde hace un recorrido intensísimo y esencial por los primeros diez años de su producción. Durante ese decenio se desarrollan y consolidan las que van a ser las constantes de la obra de Cuixart, entre las que destacan el sentido sígnico de sus composiciones, la voluntad de «exponer la necesidad de un orden del mundo», donde las figuras «son como las fichas de un ajedrez cósmico» que «aspiran a realizar un juego en el que el artista resulte vencedor del caos y de la muerte». Así se expresaba el hoy casi legendario crítico, compañero de viaje de los informalistas catalanes desde el principio, sobre todo a través de sus colaboraciones en la revista Dau al Set, y, en efecto, existe una ancestral voluntad de ordenación en ese aparente magma informe que es la pintura de Cuixart, un artista fuertemente influido por Miró, Klee y Ernst y en el que la noción de Breton acerca de lo maravilloso, entendido como anticipación de la libertad total que produce la imposible fusión entre el sueño y la realidad, así como la también pretensión bretoniana de introducirse en lo desconocido, restituyendo así a la imaginación la incondicionalidad que le pertenece, prende desde sus mismos orígenes como artista, transformándose en una suerte de entrega apasionada a la exploración de aquellos territorios visuales en los que la magia y la fantasía se expanden sin límite. Tanto durante su amplia etapa informalista, caracterizada por el exquisito refinamiento de sus composiciones, sólo comparables en ese aspecto a las de Antoni Clavé, por la densidad matérica de la pasta pictórica empleada y por el mundo elemental de signos que parecen inspirados muchas veces en las formas abstractas de la pintura mesolítica y neolítica de los abrigos naturales del Levante español, como durante la etapa figurativa que se abre a partir de 1966, cuando la figura femenina adquiere una dimensión erótico-animista que parece entroncar con los antiguos cultos mediterráneos de la época protohistórica, la obra de Cuixart ha sido siempre de una innegable calidad y de una insobornable libertad creadora. De la espléndida selección de grabados que nos ofrece el Museo de Marbella, una faceta muy sobresaliente de todo el grupo de informalistas catalanes de Dau al Set, destacan los Rostros de Arkaim de 1967, enigmáticos, exuberantes, barrocos, de innegable raíz rembrandtiana, una interrogación sobre el destino del hombre, sobre cuyo rostro el tiempo ha hecho estragos.
© Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 10 de octubre de 2008
|