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Irrealidad tridimensional Escultura. Salvador Dalí. Palacio Episcopal. Málaga. Plaza del Obispo, s/n. Hasta el 31 de julio de 2004. Patrocinada por la Fundación
Unicaja y organizada por la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía,
esta exposición de obra escultórica de Salvador Dalí (Figueras, 1904 –
1989) se suma al cúmulo de actividades que a lo largo del presente año vienen
a conmemorar el primer centenario del nacimiento del genial creador surrealista.
En esta ocasión se exhiben 25 obras realizadas durante los años sesenta y
setenta del pasado siglo, unas piezas que le fueron directamente encargadas a
Dalí por Isidro Clot, el aficionado español que reunió uno de los mejores
conjuntos de esculturas del periodo creativo final del artista. La
relación de Dalí con la escultura, aunque de manera indirecta, es una
constante a lo largo de toda su vida, y para ello bastaría con indicar dos
hechos. En primer lugar, la profusión de figuras pintadas con apariencia
tridimensional, como si sus cuerpos flotaran ingrávidos en un espacio profundo,
heredero de la perspectiva del Renacimiento, que pudiera ser recorrido en todas
direcciones. Este modo de representación, especialmente empleado por Dalí
desde finales de 1940, tiene buenos ejemplos en las célebres composiciones Leda
atómica, La Madona de Port Lligat y Cabeza rafaelesca que estalla,
exponentes de lo que él llamó «realismo cuantificado», ya que con ellas
pretendía acometer la solución plástica de la teoría atómica, y donde se
observan reminiscencias de Leonardo, de Piero della Francesca y del Panteón de
Roma. En segundo lugar, los llamados «objetos de funcionamiento simbólico»,
indicadores de una pasión oculta por los objetos a los que ya aludió en fechas
tempranas el propio Dalí en el número 3 de Le Surréalisme au service de la
Révolution, cuando escribe, aludiendo al mito del robot contemporáneo o quizás
previendo un posible predominio del objeto sobre el sujeto, que «los museos se
llenarán rápidamente de objetos, cuyo tamaño, inutilidad y embarazo, obligarán
a construir, en los desiertos, torres especiales para contenerlos». Aquellos
objetos, pertenecientes al mundo de las expresiones libidinosas transferidas,
son definidos por Dalí en la misma revista diciendo que «se prestan a un mínimo
de funcionamiento mecánico» y que «se basan en los fantasmas y
representaciones sensibles de ser provocados por la realización de actos
inconscientes», estos es, devienen en objetos puramente irracionales. Todo
el mundo sabe que la originalidad creadora de Dalí empezó a disminuir desde el
decenio de los cuarenta, agravándose a partir de los sesenta y setenta, aunque
siempre supo mantener el interés en torno a la mejor probablemente de todas sus
creaciones: él mismo como personaje excéntrico e inclasificable. Las
esculturas que nos ocupan pertenecen ya a esa época, lo que no significa que no
contengan logros estéticos concretos. La técnica del vaciado en bronce es la
tradicional del procedimiento a la cera perdida, el más antiguo que se conoce.
El hecho de que Dalí rechazase la talla directa y se inclinase por modelar la
figura original en cera, lo vincula a la extensa nómina de escultores
modeladores, tan denostada por Miguel Ángel, pero que tan ilustres nombres
contiene, de Bernini a Rodin. Dalí modeló las figuras en cera de estas
esculturas en tamaños pequeños y a determinadas horas durante la estación
veraniega, generalmente a partir del mediodía y hasta la hora de la comida,
para aprovechar el efecto del calor sobre la cera, a la que daba forma como si
se tratase de un juego. Al
contemplar estas obras, dos observaciones se imponen. Antes que nada, la
asombrosa cultura artística de Dalí, sus inmensos depósitos de referencias
mitológicas, simbólicas y literarias. En segundo término, el extraño
parecido con algunas obras de André Masson, de Max Ernst e incluso con la
famosa escultura futurista de Boccioni, pues, lo mismo que en ella, advertimos
también aquí formas que recuerdan aletas o protuberancias. Quizás la mejor
pieza de la muestra sea Mujer desnuda subiendo la escalera. Homenaje a Marcel
Duchamp (1973), como su propio título indica, un testimonio de admiración al
memorable cuadro cubista ortodoxo de Duchamp que le hizo famoso en los Estados
Unidos cuando se expuso en la Armory Show de Nueva York en 1913. Dalí
invierte el sentido de la acción física, sustituye los peldaños de la
escalera por una enorme caracola y modela un cuerpo femenino con indudable
frescura y sabiduría plástica. Particularmente notable es el contraste de
texturas entre la superficie de la caracola y la piel de la mujer, así como el
simbolismo implícito, una alusión a la vida universal que simboliza el mar
presumiblemente contenido en el gigantesco gasterópodo. Asimismo, son dignas de ser mencionadas Tritón alado (1973), ejemplo de la preocupación daliniana por la simetría y el equilibrio inestable; Cabeza de Venus otorrinológica (1964), una variación de la Venus de Milo con cajones que hiciera en 1963 con la colaboración de Duchamp, y donde vuelve a detenerse en la inmarcesible escultura helenística, como tratando de demostrar que, a pesar de alterar sustancialmente la colocación de los órganos de los sentidos, ya que donde debía estar la nariz ha puesto una oreja y viceversa, la diosa continúa conservando toda su enigmática belleza; Ángel surrealista y, por último, Ángel cubista, ambas de 1983, figuras celestiales con cuerpos humanos y alas de cisne que, al margen de la evocación del primero a la Victoria de Samotracia y de la alusión del segundo al periodo negro de Picasso, constituyen sendas manifestaciones de reconocimiento a los dos movimientos de la vanguardia con los que estuvo más unido. © Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 28 de mayo de 2004
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Dalí ilustrador de Rabelais
Litografía. Salvador Dalí. Museo del Grabado. Marbella. C/ Hospital Bazán, s/n. Hasta el 28 de agosto de 2004. La segunda exposición en la provincia de Málaga que conmemora el
centenario del nacimiento de Salvador Dalí, está compuesta por las 25 litografías
sobre papel japonés de Los sueños caprichosos de Pantagruel, editadas por
Carpentier en los años setenta del pasado siglo. De las 120 ilustraciones que
François Desprez hiciera para la edición publicada por el librero Richard
Breton en 1565 del clásico de Rabelais, Dalí tomó 25 y lo que hizo fue añadirles
algunos significativos elementos iconográficos extraídos de su característico
vocabulario surrealista, aunque hay que precisar que es un trabajo que carece
del vigor creativo del Dalí de algunos decenios antes, si bien está salpicado
de ocurrencias a la altura de su genio personal, sobre todo cuando introduce
signos y fantasías eróticas. Publicada
por primera vez con su verdadero nombre en París en 1546, la novela de François
Rabelais conocida universalmente como Gargantúa y Pantagruel fue escrita y
publicada diversas veces desde 1532 al 1564. Sin una verdadera trama, sino
constituida por una serie de variadísimos episodios, esta compleja, profunda y
alegre bufonada supone una originalísima visión satírica del mundo, pero en
la que se critica tanto la periclitada cosmovisión medieval como algunos
aspectos de la nueva concepción humanista que el Renacimiento está
propiciando. El arrollador brío de esta sátira, que, como ha reconocido M.
Bonfantini, ataca en realidad todos los aspectos de la civilización humana y de
la vida social contemporánea, desde la política y la guerra a la magistratura
y la religión, sin respetar ni siquiera la propia literatura humanista, se ceba
particularmente con los groseros instintos y las bajas pasiones, desde la gula
hasta la lujuria. Este último es precisamente el aspecto que más interesa a Dalí de las ilustraciones de Desprez, a las que añade como corolario ostensibles atributos sexuales, o bien personajes de algunas de sus más famosas composiciones anteriores, como cuando incorpora una figura que evoca a la de El gran masturbador, o bien un paisaje con marcadas líneas de fuga por donde deambulan diminutas figuras que proyectan alargadas sombras. En resumen, a pesar de su dependencia iconográfica del libro editado en el siglo XVI, la serie daliniana ofrece indudables logros y atractivos, y, en cualquier caso, pone una vez más de relieve los variados intereses intelectuales y la versatilidad del genio de Figueras. © Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 28 de mayo de 2004
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