La «biografía» pictórica de Gerardo Delgado

ENRIQUE  CASTAÑOS  ALÉS

Bajo el título Biografía se presenta en las salas del Palacio Episcopal de Málaga, hasta el 20 de febrero y organizada por la Consejería de Cultura y Medio Ambiente de la Junta de Andalucía, una amplia retrospectiva de la obra pictórica del arquitecto Gerardo Delgado (Olivares, Sevilla, 1942), generalmente adscrito a tendencias no figurativas y bien conocido del público aficionado, entre otras razones por su condición de escritor y teórico de la práctica artística. Articulada en torno a un riguroso trabajo de selección llevado a cabo por su comisario, Ignacio Tovar, quien ha escogido un núcleo bastante significativo de la producción de Delgado desde mediados los setenta hasta principios de los noventa   —esto es, el período en que con mayor nitidez pueden observarse, después de la etapa geométrica y modular de la segunda mitad de los sesenta, quizás más experimental y casi exclusivamente orientada a dar protagonismo al «concepto» plástico, ciertos problemas y preocupaciones que habrían de desembocar en la elaboración de formas no abstractas—, la oportunidad de esta muestra se justifica ante todo en que nos permite contemplar la coherencia evolutiva de la trayectoria de un pintor siempre insatisfecho, que convierte cada obra acabada en un cúmulo de cuestiones sin resolver que dan paso de manera inexorable a la obra siguiente.

El mismo Delgado resumió hace ya una década su actitud ante el arte y el producto realizado con una frase del neoexpresionista alemán Baselitz: «Hago cosas que enriquecen, que mantienen alerta..., con mi trabajo seduzco ojos y cabezas hacia la supervivencia, hacia una nueva vitalidad, hacia la conservación de la vitalidad». De ahí el cuadro como generador de interrogantes, no sólo para el artista, sino también para sus hipotéticos destinatarios. Surge así, por tanto, entrelazada a esta última reflexión, una de las ideas más obsesivas de la práctica artística contemporánea, la de la dialéctica arte-espectador. De un lado, la consideración del arte como un fenómeno fundamental de comunicación, según pensaba Paul Eluard, y, de otro, la creación como un acto libre, inútil, gratuito, lúdico, esto es, la pintura en cuanto solitario valor de realización personal, según creían Harold Rosenberg, De Kooning y Luis Cernuda, citados a este respecto por el propio Delgado. El porqué de la inclinación del artista en uno u otro sentido, no es algo que nos aclare el autor, aunque presumimos que dependerá de múltiples y complejos factores: ante todo, de la necesidad de arte que sienta la época; también, de la mayor o menor capacidad para traducir en síntesis plástica arquetípica aquellos problemas vitales que definen un tiempo histórico.

La exposición nos ofrece tres momentos bien delimitados de la trayectoria de Gerardo Delgado. En primer lugar, las piezas comprendidas entre 1976 y 1980-1981, caracterizadas por la creación de un campo pictórico, basado sobre todo en el uso del color, que, si bien se distribuye por la superficie de modo casi uniforme, con un cierto concepto de planitud, está aplicado con una cálida y vibrante generosidad en el trazo. Las obras a que nos referimos, como Doble terno dorado y ocre (1977) y Doble terno ocre-rosa (1977-1978), tratan de impedir que el espectador se distraiga en cualquier cosa ajena a la estricta pintura, le invitan a centrar su atención en un puro sensualismo cromático. Hacia el final de esta etapa los cuadros aparecen divididos por segmentos verticales, el colorido se acentúa y multiplica, y, aspecto decisivo de la transición que se origina en la obra de Delgado a principios de los ochenta, surgen formas de geometría algunas veces irregular que ocupan el primer plano del campo pictórico.

La fase de los ochenta comprende algunas de las mejores series de Delgado. El grupo de obras representado por, entre otras, Vaivén violeta, Triángulo ocre, To Marilyn y Caracol azul, todas de 1982, está presidido por la relación fondo/figura, eliminando cualquier matiz descriptivo de la forma y dejándola situarse libremente en el espacio del lienzo, en colisión con el fondo. Tales formas, compactas, sólidas, casi siempre geométricas, guardan celosamente su masa interna bajo límites y contornos de gestual grafismo. Las referencias estilísticas de Gerardo Delgado, notable ejemplo de artista culto, van desde el expresionismo abstracto de la Escuela de Nueva York (Pollock y Rothko) hasta el conceptual y el minimal, sin olvidar a Stella, Rosenquist, Jasper Johns y otros. Ahora bien, Delgado las digiere y reelabora de manera personalísima, como pone de manifiesto su extraordinaria serie En la ciudad blanca (1983-85), uno de cuyos cuadros cuelga en la muestra y que, por su fuerza plástica, por el vigor compacto de esa sólida masa que se recorta sobre un fondo delicadísimo de azules, verdes, amarillos y blancos (la grísea cabeza del actor Bruno Ganz mirando el mar a través de la ventana de una pensión lisboeta, según aparece en un encuadre de la película en la que se inspira la serie de Delgado), es, a mi juicio, el mejor de la exposición.

Más densos de materia, de encendido cromatismo, más orgánicas, son las expresivas piezas de la serie El profeta (1984), inspirada en la cabeza del Bautista, y de la serie Las ruinas (1985), complementaria de aquélla, pues a partir de la bandeja donde reposa la cabeza del Precursor se establecerán comparaciones con la planta elíptica (como la del anfiteatro de Itálica, cantado por Rodrigo Caro en un famoso poema, uno de los motivos, junto a la ópera de Richard Strauss sobre la Salomé de Oscar Wilde y una cabeza cortada, con las venas del cuello sangrantes, que posee el Museo de Sevilla, que están en el origen, cual una suma de casualidades, de ambas series, influidas sin duda por algunos neoexpresionistas alemanes entonces muy en boga).

La exposición termina con una serie sobre El caminante (1989-92), íntimamente vinculada con la serie El archipiélago, inspirada en el magistral poema de Hölderlin, en las que el tema central es «el vagar del viajero, como metáfora de la condición errante del hombre».

 

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 9 de febrero de 1994